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de manifiesto la magnitud de aquella confabulación. El Inspector Del Valle quedará asombrado cuando lo com- pruebe. Cierto que, según escribirá el propio Mata Lina- nes al virrey Jáuregui, no faltaron en la diócesis del Cuzco provincias «fidelísimas al honor de nuestras armas, y que han sido la Sicilia del Cuzco». El visitador general Areche, como delegado del virrey, pronuncia la sentencia, que se ejecuta el día 18 de mayo de 1781: «...por el horrendo crimen de rebelión o alza- miento general de los indios, mestizos y otras castas (si- lencia a los criollos) ...con la idea de que está conven- cido (José Gabriel Condorcanqui) de querer coronarse se- ñor de ellos, libertador de la que llama miseria de es- tas clases de habitantes, que logró seducir... FALLO, aten- to su mérito y que el reo ha intentado la fuga del calabo- zo en que se hallaba preso por las ocasiones e igualmente a lo interesante que es al público y a todo este reino del Perú para la más pronta tranquilidad de las provincias sublevadas por él, la noticia de la ejecución de la sentencia y su muerte, y evitando con ella las varias ideas que se han extendido entre casi toda la nación de los indios, lle- nos de supersticiones, que los intiman a creer la imposibi- lidad de que se le imponga pena capital por lo elevado de su carácter, creyéndole del tronco principal de los Incas, como se ha titulado, y por eso dueño absoluto y natural de estos dominios y su vasallaje... habiendo llegado ...has- ta resistir el vigoroso fuego de nuestras armas, y les ha hecho manifestar un odio implacable a todo europeo, o a toda cara blanca o pucacuncas, como ellos se explican, haciéndose autores de innumerables estragos, insultos, horrores...» se condena al insurgente José Gabriel Con- dorcanqui, llamado Tupac Amaru, a presenciar la muerte de su mujer, hijo, tío y de otros cómplices; y amarrado a cuatro caballos, que miren a las cuatro esquinas de la pla- za, a ser despedazado por el arranque súbito y sincróni- co de los brutos. Previamente el verdugo le deberá cortar la lengua. Cercada la plaza del Cuzco con las milicias armadas de rejones y algunas bocas de fuego, fueron arrastrados desde la cárcel hasta la horca los nueve condenados a muerte: José Berdejo, Andrés Costelo, Antonio Oblitas, An- tonio Bastidas, Francisco Tupac Amaru, Tomasa Conde- mayta, Hipólito Tupac Amaru, Micaela Bastidas, un zambo que no se especifica y José Gabriel Tupac Amaru. Sa- lieron todos a un tiempo, esposados, metidos en zurro- nes (en que suele empaquetarse la yerba del Paraguay), atados a la cola de un caballo aparejado, en compañía de sacerdotes que los auxiliaban y de escolta de guardia que los custodiaba. A Berdejo, Castelo y Bastidas se les ahor- có llanamente; a Francisco Tupac Amaru y a Hipólito, hijo de José Gabriel, les cortaron previamente la lengua; tam- bién se la cortaron a Micaela Bastidas, la cual, por ho- nestidad y decencia, no fue encaramada a la horca, sino que se le dio garrote sobre un tabladillo, lo mismo que a la cacica de Acos. Y por último fue supliciado el princi- pal rebelde. Como su hijo Fernando apenas tenía 10 u 11 años, se le hizo pasar por debajo de la horca y se le con- denó a destierro perpetuo en uno de los presidios de Africa. Por la tarde, subidos los verdugos en el tablado, les fueron cortando cabeza, brazos y piernas a los reos prin- cipales y, metidos aquellos miembros en redecillas, se remitieron a los pueblos más comprometidos en la insu- o

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