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mandó ajusticiar el virrey Toledo. Y - según indicios, no faltó entre los propios oidores o jueces quien le diera ta razón. Opino que fue más el fracaso de su ambición, po- tenciada por su misma formación jurídico-histórica en los colegios del Cuzco y de Lima, lo que le impulsó a la re- vuelta, que su anhelo, aunque fuera real, de redimir al indio de su opresión. A mayor abundamiento hubo de con- tar con el apoyo de personas muy influyentes, que por el sesgo mismo de la revuelta le abandonaron en un mo- mento decisivo. No bastan las sospechas que se ciernen sobre nueve personas innominadas de la capital, ni las que fundadamente recayeron sobre los Palacios, los Cape- tillo, los Ugarte; ni basta a explicar tanta osadía, des- pués del fracaso de Farfán de los Godos, su confianza en la fidelidad de los indios armados de palos, rejones y ha- chas. El cacique rebelde, ni tras la dislocación de un brazo en el tormento tuvo la debilidad de romper el misterio. Parece un indicio fulgurante la distinción de clases so- ciales que hace desde sus primeros edictos: «después de haber tomado todas aquellas medidas que han sido condu- centes a la conservación de los españoles criollos, mestizos, zambos, mulatos e indios... desamparando totalmente a los chapetones (españoles europeos)... con la mayor cautela procedan a la prisión de los susodichos corregidores y los europeos que allí se encontraren... para que de una vez acabemos con los rebeldes de los chapetones... pienso ob- tener mayores fuerzas (¿esperanza en Inglaterra?) para efecto de arrasar enteramente el mal gobierno que nos infieren los malévolos europeos, oprimiéndonos y quitán- donos el pan de la boca... Sólo siento de los paisanos crio-, llos, a quienes ha sido mi ánimo no se les siga algún per- juicio, sino que vivamos como hermanos y congregados en un cuerpo, destruyendo a los europeos...» Las mismas deferencias y diferenciaciones manifestaron en sus procla- mas los otros rebeldes, Andrés Mendigure, Casimiro Tu- pac Amaru, Julián Apasa, Diego Cristóbal T. Amaru... El oidor de la Real Audiencia, don Benito de la Mata Linares, juez instructor de esta sedición, repetirá con ma- chacona insistencia en sus informes al secretario Gálvez que el corazón americano nunca sería nuestro; que se ha- bía desengañado enteramente de ellos de la rebelión pa- sada. «Este habitante por sistema tira sus líneas a alargar borro los asuntos con la firme esperanza de que llegará su ía». or — —

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