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hacer días después su entrada oficial, sin apenas otro cor- tejo que el de los oidores, por entre calles casi desiertas, cuando en tales solemnidades hervían de curiosos, os en palacio halló «los más de los salones oscuros, todos demostraban la tristeza con que se hallaba la daba: Pero aquella tristeza no la causaba precisamente la ausen- cia de Guirior. Demasiada austeridad, aunque frisara el nue- vo Virrey en los 69 años. No por donjuanismo, que nunca se dio en él (al menos no consta), ni por juvenil apostura, tiempo ha jubilada, sino por su honradez misma habrá de conquistarse (aun- que suene a paradoja) la estimación de aquellas limeñas, cuyo bado y filis» tan poderoso influjo ejercía en la alta sociedad criolla. Areche, que no pudo perdonar en Guirior su atractivo, achacará en Jáuregui a flaqueza se- nil (aunque no pronuncie este epíteto) y a predominio de voluntades ajenas sus buenas relaciones con las fami- - lias principales. Le dolía que no reprimiese con mano dura las críticas acerbas a su rigidez fiscal; que hubiese auto- rizado, en circunstancias apremiantes, la rebaja de alcaba- las y almojarifazgo (contribuciones a las transacciones) en una importación masiva de trigo; y hasta que hubiera con- seguido del consulado de Lima que mantuviera a su Cos- ta una milicia de mil hombres para la defensa de la ca- pital. Pero aquella política de paso honroso, que al visita- dor Areche se antojaba peligrosa por ciertos pujos de au- tonomía en los criollos, quizá fuera la más aconsejable: éstos se quejaban de desatenciones por parte de la me- trópoli y sus quejas no eran de ternura; Inglaterra, en gue- rra rota con España, amenazaba nuestros dominios ame- ricanos, que deberían cooperar a su defensa; en el inte- rior mismo del Perú y en el virreinato de Buenos Aires había vuelto a encenderse la sedición, que llenó a ser la más grave desde la conquista. POR EL HONOR NACIONAL Cuando tan secretamente se ausentó Jáuregui, dejando amohinados a los chilenos por una forzada descortesía, trató de disimular el fin verdadero de su viaje con la ne- cesidad de poner en defensa la ciudad de Valparaíso. No fue simple. pretexto. Flotillas inglesas a las órdenes de Huy- ghes merodeaban por aquellos mares. En repetidas cédu- las reales, desde la dirigida a Guirior con fecha de 24 de enero de 1778, venía previniendo Carlos lll a los goberna- dores de Indias sobre el peligro inminente. Inglaterra —de- claraba el monarca español— hambrienta de resarcirse de sus pérdidas en América del Norte con los dominios es- pañoles de Indias, iba dando largas a las negociaciones, con evidente mala fe; sólo buscaba mantener desunidas las fuerzas marítimas de la casa de Borbón y dar tiempo a la maduración de su proyecto usurpador. Se autoriza a los particulares a armarse en corso contra los enemigos de : la corona y a retener por suyas las presas que les hicie- ren. Que en todas las iglesias de América se hagan ro- gativas al Todopoderoso para el triunfo de las armas de su Majestad Católica (Cédulas reales de 18 de mayo, 21 de junio y 1 y 8 de julio de 1779). Se había encomendado la vigilancia costera a la escua- ci
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