BCCCAP00000000000000000001742

ha hecho reparable no le hubieseis dado el debido cum- plimiento y de que espero que en lo sucesivo no incurráis en semejante defecto. Yo el Rey». No sé que en la época austriaca se fulminara reproche semejante sin con- secuencias fatales. Jáuregui se limitó a cumplir la real or- den. Y el monarca se olvidó del incidente a la hora de premiar sus servicios. Carlos 1ll, con todo su despotismo ilustrado o por ello mismo, tenía un sentido democrático del poder que si exigía la obediencia, no curaba de las io humillantes con que pudiera haberse excusado su vasallo. Y obediencia de funcionario probo había mostrado en todo momento aquel gobernador y capitán general de Chile. Por eso, cuando las intrigas del Visitador General, José Antonio de Areche, logren que el Consejo de Indias des- tituya al virrey de Lima don Manuel de Guirior, no vacila- rá Carlos lll en la elección de sucesor. Por real cédula, despachada en El Pardo, a 10 de enero de 1780, se nom- bra virrey dei Perú al presidente, capitán general y go- bernador de Chile, don Agustín de Jáuregui y Aldecoa, el cual, según la misma real cédula, con tanto acierto había desempeñado su cargo y tan valiosa experiencia ha- bía adquirido en el mando. No se especifica tiempo; pero cuando le haya de reemplazar don Teodoro de Croix se de- clarará haber sido interino el cargo virreinal de su ante- cesor. Se le entregaba el mando político y militar del Perú y la presidencia de la Real Audiencia de Lima; no la de la Real Hacienda y la de provisión del ejército y de la armada, por estar reservada al superintendente general don José Antonio de Areche. SITUACION POLITICA Momento escabroso para Jáuregui. Cuando se firmaba su nombramiento, Carlos lll acababa de romper treguas con Inglaterra; cuando por evitar ceremonias, abandonaba Jáu- regui sigilosamente el palacio gubernamental de Santiago para embarcarse en Valparaíso, resonaba aún siniestro el rumor de marejada de la fuerte conmoción amerindia de Cuzco, Arequipa, Huamanga... Y cuando desembarcaba del Monserrate, el navío más pequeño de cuantos hacían la carrera de Chile, y se propalaba por la ciudad que había entrado en palacio el nuevo virrey, un estremecimiento de protesta rozó la piel de las más encopetadas damas lime- ñas y frunció el ceño de los caballeros más distinguidos. A porfía se dirigieron al virrey cesante, don Manuel de Gui- rior, para ofrecerle sus casas, pesarosos de su destitu- ción, que juzgaron atropello inadmisible. Acompañaron a Jáuregui su secretario, el citado don Si- món de Dolarea, su asesor don Francisco López, a quien se atribuyen tantos kfarragosos informes que firmaba el vi- rrey, su mayordomo don Antonio López, su capellán don Juan Alvarez, cuatro pajes (uno de ellos chileno), dos chi- nos (cochero y lacayo) hb o tres esclavos negros. Y suponemos que su hijo don Tomás, al que no tardará en asignar un puesto en el Callao. Tomó posesión y juró el cargo ante las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, el 22 de julio de 1780. Al ea lic

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz