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eclesiástica; pero ni los seminaristas españoles o criollos los querían entre sus filas ni la presidencia ni el gobierno de Chile contaban con recursos para sufragarles estudios superiores. Tampoco se avenían a dejarlos volver a la selva por el temor a que prevaricaran de su vida civil y cristiana. Alguno se fugó. Los que quedaron en las ciudades se hicieron sirvientes o artesanos y en nada contribuyeron a la obra civilizadora emprendida con tanto aparato y con tantas ilusiones. Continuaron turnándose los embajadores caciques hasta enero de 1784. El brigadier Ambrosio de O'Higgins, por res- peto a su protector y amigo, don Agustín de Jáuregui, no se atrevió a suprimir aquella institución; pero de acuerdo con los mismos naturales, se resolvió en el parlamento de Lonquillo, al que acudieron más de 4.700 indios, que regre- saran a sus tierras hasta que el gobernador (Benavides) los volviera a llamar. Se aliviaban de un golpe la Real Hacienda, siempre esquilmada, y la Real Audiencia, em- peñada en pleitos diarios por las continuas querellas de aquellos embajadores. : Por decreto de 18 de octubre de 1786 dispuso el gober- nador Benavides, previa consulta con la Real Audiencia, que el colegio de naturales se trasladara desde Santiago al de franciscanos de Chillan, porque los araucanos se resistían a enviar sus hijos a la capital. Con esto se redujo el gasto anual por alumno desde 200 pesos a 136. En 1792, Higgins, siendo presidente de Chile, reorganizó el plan de estudios en un sentido menos clerical, más moderno, más pragmático. VIRREY DE LIMA Dos fuertes reconvenciones había recibido don Agustín de Jáuregui y Aldecoa durante su gobierno chileno: la una por el despotismo desabrido con que había tratado a don Benito de la Mata Linares, oidor de la Real Audiencia, por simples razones protocolarias; la otra, debida a su ac- titud en la promoción a cátedra para la facultad de medi- cina de Santiago. Reñían la candidatura el hermano de San Juan de Dios, Pedro Manuel Chaparro, y un José An- tonio de los Ríos, hijo natural del oidor Fernando de los Ríos. El fraile gozaba de tal prestigio por sus curaciones y éxitos terapéuticos, que el presidente de Chile, don Francisco Xavier de Morales, le había nombrado Doctor honorario y Examinador; el otro procedía de las aulas uni- versitarias, pero le faltaba la práctica. Carlos Ill, infor- mado de los méritos de ambos y de los resultados de la votación, se inclinó por Chaparro y declaró nula la elección de Ríos. Chaparro se presentó triunfante a Jáuregui. Jáure- gui, partidario de Ríos, tomó en sus manos la real cédula, y puesto en pie en medio de la sala de su despacho y destocado la besó con reverencia; dijo que la cumplía, pero que sus efectos quedaban en suspenso hasta nueva orden de S. M., al cual se remitiría nuevo informe sobre la úl- tima decisión del tribunal de oposiciones. Con fecha 29 de octubre de 1778 responde Carlos lll desde El Escorial que, según la real cédula antecedente, había de tenerse por nula la elección de Ríos, anunciar nueva convocatoria y evitar cualquier motivo de queja, «advertido de que se AT PA
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