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A de aquellas misiones. También se halló presente, en ca- lidad de oficial militar, el cronista Carvallo, el cual dice de los indios que los unos dormitaban y los otros no podían dominar su borrachera; y del gobernador, que ha- bía ordenado escanciar con rosidad, porque el vino era el principal estímulo que los empujaba a la asamblea. Se dio por bueno el parlamento, se hicieron los regalos de costumbre y se aprobó el pacto de 19 artículos, no sin que precedieran varios días de deliberaciones secretas en- tre los parlamentarios indios, previamente instruidos por los lenguas o intérpretes. Puntos principales del acuerdo fueron el de la paz perpetua y el cese de las malocas o correrías; la representación permanente de embajadores eventuales en Santiago y el envío de los hijos de los ca- ciques al colegio que se les destinaría en la capital. Por real orden de 11 de noviembre de 1776 se apro- baron aquellos parlamentos, con vivas recomendaciones de la mayor suavidad, amor y buen trato de los embajadores y de su cortejo de indios. COLEGIO DE NATURALES (INDIOS) EN SANTIAGO En Chillan había ya funcionado un colegio de naturales, fundado el año 1700 y gobernado por padres jesuítas hasta la sublevación de 1723. Jáuregui, por evitar fugas a la selva, juzgó más oportuno instalarlo en Santiago. Escogió por edificio el convento de estudios de San Pablo, perte- neciente a los expulsos. Puso al frente a don Agustín de Escandón, el capellán de los caciques, y encomendó el plan de estudios al prestigioso hombre de letras, el fiscal Cerdán y Pontero, que los orientó a clericales y jurídicos, con latines de Lebrija, que dispusieran a los estudiantes para la filosofía, la teología y el derecho. Se le dotó cuan- tiosamente y se uniformó a los indiecitos con la librea de la época: hopa o sotana parda, con beca o banda verde. El presupuesto anual alcanzaba los 5.000 pesos, de los cuales 600 para el director y 300 para el único profesor o pasante. Hízose la subvención con cargo a las temporali- dades o bienes de jesuítas expulsos, que se estimaron pingúes, aunque de difícil valoración a veces, como este ojo de boticario registrado en una de sus farmacias: agua de capón, enjundia de cóndor, bálsamo de calabazas, ojos de cangrejo, sangre de macho, piedra de araña, diente de jabalí, ranas calcinadas, príapo de ciervo, víboras, uña de la gran bestia, unicornio verdadero, aceite de lagarto, aceite de alacranes, espíritu de lombrices, pulpa de caña... Los 16 primeros alumnos llegaron hasta 24, que mos- traron en general muy buenas disposiciones. «De éstos —escribe Jáuregui a Gálvez— seis están ya estudiando gramática, diez escribiendo de varias reglas y los restan- tes, que ha poco que llegaron, manifiestan no sólo apli- cación, sino pronto adelantamiento; de modo que no dudo, según estos principios, que sean ventajosos los progresos, ni menos que los caciques, en vista de la estimación con que se les trata y buena asistencia que experimentan, ofrezcan con más puntualidad sus hijos, como ya se está experimentando». Y, ¿su promoción social? Jáuregui y su sucesor Bena- vides intentaron destinar a algunos de ellos a la carrera E
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