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Elogió el virrey del Perú, don Manuel Amat, aquel proyecto como de los más ventajosos; y lo aprobó sin reservas la majestad de Carlos lll, que le recomienda po- lítica de gentileza y buen trato, para ganarles la voluntad y tenerles sumisos a su suave yugo de obediencia. Llegaron a Santiago los cuatro caciques el día 4 de abril, bien custodiados por escolta colonial a fin de que nadie pudiera molestarles. A los dos días publicó Jáure- gui un decreto por el que penaba con 300 azotes y diez años de destierro a la isla de Juan Fernández a cuantos hicieran burla de ellos en calles o plazas. El día 25 cele- bró sesión solemne en palacio, al que acudieron, con el prelado diocesano y los oidores de la Real Audiencia, todas las representaciones estamentales de la capital. Por medio del lengua o intérprete ofrecióles el presidente una paz sincera, aunque la hubieran quebrantado alevosamente sus representados, y las ventajas de una convivencia pacífica; y les colgó al cuello, en señal de distinción, una medalla de plata con la efigie de Carlos 1ll. Replicaron los caci- ques que al siguiente día traerían la respuesta. Por el mecmento, y terminada la ceremonia, les apremiaba visitar las casas principales «sin otro objeto que pedirles un par de reales para beber». Comenta el cronista Carvallo, testigo de aquella efe- mérides, que ni podían aquellos indios representar a su nación, por carecer de toda especie de gobierno, ni eran de fiar gentes a quienes tan indiferentes les dejaba la honra como la afrenta. Jáuregui puso a su disposición una escolta permanente y un capellán doctrinero y doctor, que habría de recabar de los cuatro caciques consignas de paz y anhelos de vida cristiana para sus indios fronterizos, EL PARLAMENTO DE TAPIHUE Por mucho que el despotismo ilustrado proclamara el gobierno del pueblo sin el pueblo, entendía el presidente Jóuregui que la política más atinada con aquellos salva- jes era la del diálogo, la del parlamento general. Los ca- ciques de Santiago vendrían a constituir la diputación per- manente que velara por la observancia de la acordado en aquellas asambleas conjuntas de gobernantes y gobernados. Un cierto escrúpulo frenaba a Jáuregui: los despilfarros a que daban lugar, no por la calidad sino por la cantidad de agasajos, que, según lo había demostrado la experien- cia con sus predecesores Morales y Gonzaga, desjarretaban los presupuestos, nunca bien nutridos; solía regalarse a cada uno de los caciques, capitanes indios y mocetones, minucias como bastones de mando, sombreros, cortes de calzones, tabaco, añil y abalorios. Por el mes de octubre de 1774 partió de Santiago en compañía de los cuatro caciques y de varios oficiales del ejército y de la Real Audiencia. Llegados a Concepción hizo convocar a los indios principales. El 21 de diciembre, en el campo de Tapihue, a dos leguas del fuerte de Yum- bel, se celebró el parlamento, al que acudieron 261 caci- ques, 39 capitanes indios y 1.736 mocetones. Acompañaban al gobernador y capitán general, el obispo de Concepción, algunos altos jefes, como Ambrosio de O'Higgins y Balta- sar de Setmenat, y varios padres franciscanos encargados ña

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