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FINAL Hemos llegado, amigo lector, al cierre de la narración, exponiendo la vida y actuaciones de un personaje casi olvidado para la inmensa mayoría de los navarros; olvidado, o mejor, desconocido. Ahora sabrás el porqué de la calle de Tomás de Burgui y de la travesía con el mismo nombre al final de la avenida de Marcelo Celayeta. Nuestro personaje vivió mucho en sus 53 años. Amigo de la buena literatura, escribió sus composiciones poéticas, muchas extraviadas, sin descuidar los estudios propios del sacerdote, uniéndolos con los estudios científicos. Un tipo interesante que se adelantó a su siglo. Un tipo polifacético pluriforme que hizo del trabajo un sacramento y un sacri- Po ene en un tributo de amor a Dios y a los emás. Podríamos preguntarnos de dónde sacaba tiempo para escribir, lo mismo sus obras publicadas, como el gran tomo de Consultas en manuscrito, ya sobre asuntos de derecho civil, derecho canónico, venta de lanas, casos de conciencia, o simple consulta de irregularidades, por si era posible la ordenación de cierto teólogo con dos dedos pulgares en ambas manos. , Gabriela Mistral, que también andaba falta de tiempo y se lo robaba a la noche, nos dice que el ánimo debe vivir en un dinamismo continuo que produce lo bueno y lo bello. «La belleza no debe ser un opio adormecedor, sino un vino generoso que te encienda para la acción, pues si dejas de ser hombre o mujer, dejarás de ser artista». Nuestro amigo buscaba todo lo aprovechable aun en los filósofos y enciclopedistas franceses, ateos de profesión, pues, a fin de cuentas, «el error es la verdad mal escrita y peor acentuada». Para la Mistral no existe el arte ateo. «Aunque no ames a Dios, lo afirmarás creando a su imagen y semejanza». He aquí la sinopsis de un desconocido que fue todo para todos sin pedirles nada, acompañándoles en las ale- grías y tristezas, pues nadie sabe por qué y para qué es necesaria el agua de las lágrimas en la química de Dios. Amó a su terruño y amó el Evangelio. El doctor Zhivago se pregunta qué es el Evangelio y responde: «Antes que todo es amor al prójimo, la fuerza suprema de la energía vital, porque una vez que se llena de ese amor el corazón del hombre, tiene que desbordarse y manifestarse por la acción».

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