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guió del virrey de Navarra, duque de Nájera, que fuera eri- gida en palacio la casa de Goñi llamada Larra o Larraña- ren Echea. Hoy ha desaparecido, y se ha colocdo esta ins- cripción sobre un monolito: Este es el solar de la casa de Teodosio de Goñi, Es un modo de perpetuar la leyenda, o más bien una serie de estratos de leyendas. Así hay afirmaciones falsas, que de tanto repetirlas como verda- deras son tenidas como tales, y ésta es una de ellas. Los Goñi del siglo XVI unieron la leyenda de Teodosio a su apellido, y ya tenemos un palacio improvisado en medio de tradiciones poéticas. Y es que, según el doctor Marañón, España sufrió un contagio de misticismo desde el siglo XVI al XVIII con el descubrimiento de América, que abarcó todos los secto- res humanos; y podríamos añadir que con el contagio del misticismo, también hubo un contagio de miticismo... con todos sus efectos. Un caso semejante lo encontramos en la enorme can- tidad de milagros atribuidos a San Antonio a través de los siglos, En tiempos de Juan XXIIl el escritor francés Moen- ne escribió una Vida Histórico-crítica de San Antonio, des- jándolo de muchas leyendas, y el bueno de Juan XXIII e escribió felicitándole «porque había logrado encontrar a San Antonio, que estaba perdido en medio de la hojarasca de leyendas de la Edad Media». San Antonio puede vivir con sus leyendas o sin ellas, lo mismo que San Miguel será reverenciado en su santuario, con Teodosio o sin Teodosio, con el dragón o sin el dragón. Otro tanto sucede con San Francisco de Asís, que ja- más se entrevistó con el lobo en su cueva, tal como lo des- criben las «Florecillas». Los autores más próximos al santo nos hablan y nos dicen que los campesinos de Gubbio le pidieron que los librase de una plaga de lobos que des- truía sus haciendas; mal estaba el santo para entrevistar- se con aquellos lobos, por hallarse con las llagas 0 ara en sus manos, pies y costado, debiendo viajar cabalgando en un borriquillo; sencillamente respondió a los campesinos que le avisaban del peligro de los lobos, diciéndoles que nada malo les había hecho y que desaparecería la plaga. Ciertamente desapareció. Pero la imaginación popular añadió que el santo fue a la guarida del animal y le reprendió sus crímenes. El ani- mal bajaba la cabeza avergonzado, y al fin hicieron un trato: los campesinos alimentarían al lobo y él dejaría de hacer perjuicios; y la imaginación popular afirma que el lobo, en prenda de sus promesas, puso su pata en las manos de San Francisco. Así la leyenda San Francisco y el Por eso San Francisco vivirá con el lobo y sin el lobo. Negar estas leyendas en años pasados, habría sido una herejía para el sector popular, Así se explica que nues- tro P. Burgui, que conocía los escritos del P. Moret, que no menciona el asunto de Teodosio, se ve como obligado a admitirlo con todo lo legendario que tiene, porque estaba esparcido en el ambiente popular y había pasado a la categoría de «mito» como el lobo de San Francisco. Moret escribía para la clase intelectual; el P, Burgui para el pue- blo. También es extraño que monseñor Irigoyen hubiera de- jado pasar todo esto, luchando Teodosio contra los mo- ros, como si dijéramos en tiempos antiguos, hacia el 707, cuando los visigodos arreaban duro y parejo contra los vascones de Pamplona. Así son las leyendas. Y la Iglesia tiene que transigir si no se oponen a la moral; no va con- tra ellas, las deja en paz hasta que caigan solas; y esta 2

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