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del convento de Tafalla, reposó en Beriáin a mediodía, y a las cinco de la tarde entraba en Pamplona. A su llegada a extramuros estaba para recibirle el re- gimiento de Hibernia (Irlanda) compuesto de españoles e irlandeses, para hacerle la guardia como a grande de Es- paña, antigua concesión caída en desuso... El P. Colindres habló con el capitán, estimando el ho- nor le rogó volviesen a la ciudad, pues él estaría bien guar en el convento. El padre guardián, Matías de Los Arcos, les obsequió con pan, queso y vino en abun- dancia; dicen las crónicas que, como había nacionales y extranjeros, bebieron potentemente por no emplear otra frase más expresiva. Llegaron después las visitas de las autoridades civiles y religiosas. La del obispo de la diócesis monseñor Gaspar de Miranda y a por haberse conocido los dos en Madrid; después le devolvió la visita el P. Colindres, y monseñor Miranda le hizo bellos obsequios: una arroba de chocolate muy exquisito, dos perniles de Francia, un pomo de tabaco (rapé) de Sevilla y varios potes de dulce de Nantes; de los cuales obsequios se mostró muy compla- cido el superior general. Al devolver la visita a los je- suitas, fue recibido en el aposento del rector y habló con su pariente el P. Reygadas. Permaneció diecisiete días el P. Colindres en Pamplo- na, habló con todos y cada uno de los religiosos, espe- cialmente con el P. Burgui, del que sacó una opinión im- presionante y la resumió en estas palabras: «En todas las provincias de la orden que llevaba visitadas no había ha- llado un sujeto que poseyera conocimientos tan universa- les en todo género de ciencias». El superior general estaba preocupado por aquella apa- tía hacia las misiones en el exterior, aquel cansancio des- pués del esfuerzo gigantesco realizado por España, que en el espacio de trescientos años logró enviar al exterior unos cuarenta mil misioneros aproximadamente. El P. Tomás congeniaba con las ideas del P. Colindres, la de reducirse a la austeridad de vida, a la meditación y a la obediencia a los superiores. Su ideal era el mismo del superior general: la creación de casas de retiro para la estricta observancia, estudio y preparación de la predicación; con esto se juntaba la erección de colegios de misiones. Nuestro biografiado tenía su ilusión por los colegios, pero la obediencia lo destinaba a otros ministerios. Era una época de cambios de métodos, de estructuras; aparecían doctrinas nuevas en economía y en formas so- ciales, en las artes, en ciencias, literatura y filosofía; era una especie de Humanismo o Renacimiento ateo que se metía por las naciones europeas y los territorios ameri- canos. Previendo estos nuevos rumbos, dictaba el P. Colindres sus Ordenaciones de Santa Visita, para adaptar la menta- lidad a los nuevos tiempos. En este sentido resumíalas todas ellas con estos títulos: El Culto divino. Los Supe- riores, Predicadores y confesores. Educación de la Juven- tud. Profesores y maestros. La Santa Pobreza. Otros asuntos. El 3 de octubre de 1764 el P. Colindres y sus acompa- ñantes salían de Pamplona para visitar las provincias de Aragón y Cataluña. Poco se pudo realizar de sus nuevos métodos y estructuras, pues fallecía en Viena el 14 de diciembre de 1764. El 16 de febrero de 1772 se recibió una carta del rey 1
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