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quo; al principio, momentos de confusión en la fami- ia; después, momentos de admiración por la sencillez y humildad de fray Tomás, que pretendía pasar inadvertido de todos y de todo. Realmente en su aspecto era un no- vicio, Delegado en un capítulo provincial, intervino cuando se trató de algo que a nosotros nos parece un juego de niños, pero que era importante para los que mantenían el culto al pasado, Por aquellos años del siglo XVIII tan sólo se servían en la cena ensaladas crudas durante los días de ayuno, que para nuestros religiosos abrazaban más de la mitad del año. Se pretendía servir verduras y legum- bres cocidas, es decir un plato caliente. Todos emitían su opinión, hasta que habló fray Tomás y se manifestó conforme en seguir la tradición, o en aban- donarla si se trataba de algo opuesto a la salud; si no iba en contra, se debían mantener los viejos usos esta- blecidos. Con estas distinciones de filosofía práctica, se admitió su opinión, respetando las costumbres de los antiguos. Siendo definidor sucedió que el guardián de Pamplona había cambiado el viejo sistema de alumbrado de lámpa- ras de aceite en el refectorio por candelabros triples con sus cirios, de modo que había mucha más luz, era más económico y más vistoso; la lamparilla de los dormitorios la arrinconó, poniendo en su lugar un farol de bellos cris- tales que daba más luz, Nuestro amigo nada dijo; pero al salir el guardián a predicar la Cuaresma, mandó quitar el nuevo alumbrado y volver al antiguo. Habiendo vuelto el guardián, nada dijo, aunque en nues- tros tiempos esta acción habría pasado por antigualla e inmovilismo, pues lesionaba los derechos del superior, Todos reconocieron que fray Tomás, en aquella época de nuevas formas y reformas, buscaba más la interior que la exterior, tal como lo pensaba Santa Teresa en sus Fun- daciones, reflejadas por Eduardo Marquina en su obra Teresa de Avila: No por cambiar alpargatas ni por trocarse los mantos haremos de monjas, beatas ni de carmelitas santos. FORMAS Y REFORMAS En 1761 era elegido superior general el P. Pablo de Colindres (Santander), antiguo canónigo doctoral de Sala- manca y catedrático de aquella Universidad, Dejando sus cargos y honores, tomó el hábito de los capuchinos en la provincia de Castilla; secretario de la lengua española del superior general P. Hartman de Brixen y dos veces definidor general, fue presentado por Fernando VI para el obispado de Barcelona, cargo al que renunció en diversas ocasiones. Para cumplir con sus obligaciones, el P. Colindres co- menzó a visitar personalmente las provincias de la orden. El 28 de agosto de 1764 llegaba al convento de Tudela, desde donde envió cartas convocatorias para el capítulo provincial de Navarra-Cantabria. El 15 de septiembre salió
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