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La salud del virrey no era buena; frisaba cerca de los 70 y moría en Pamplona el 31 de enero de 1753 a los 71 años; disponía en su testamento ser amortajado con el hábito ca- puchino, ser enterrado sin pompa en un convento de la or- den, disponiéndose para esto el de Pamplona. Con estas pre- misas, y habiéndole ayudado los capuchinos a bien morir, se explica que llamasen al P. Burgui, dejando sus clases, para pronunciar la oración fúnebre, que se imprimió en Madrid. El conde de Gages permaneció en su sepultura, de una pobreza franciscana, hasta que Carlos !ll opinó que aquella sencillez y pobreza no correspondían a los servicios presta- dos a la monarquía; llamó al escultor Michel y le ordenó di- señar un mausoleo de tipo italiano en jaspe y mármol de Gé- nova, siendo colocado en el convento de extramuros el año 1767. Con motivo de la invasión francesa, y por temor a que fuera profanado por las tropas extranjeras, fue trasladado al trascoro de la catedral en 1810; y, finalmente, al edificar- se el altar del trascoro, fue col en los claustros de la catedral, Mientras tanto el P. Burgui se vuelve a sus clases, a o libros, y al ministerio sacerdotal en su convento de Tafalla. Por estos años —1757— redacta su Memoria sobre el Roncal, defendiendo sus derechos, y dirigida a las Cortes del reino de Navarra, para ser presentada al rey Fernando VI. Nombrado guardián de Tafalla mantiene su control de vida y de estudios durante los años 1759, 1760 y 1761. El 4 de septiembre de este año es trasladado a Pamplona con el cargo de guardián. Los superiores han visto su buena predicación, desde la oración fúnebre del conde de Gages, y el año 1759 le encargaron la oración fúnebre de Fer- nando VI, que causó buena impresión en el público. Ambos discursos fueron publicados en un solo tomo por la Real Compañía de impresores y libreros de Madrid. Su vida austera, sus modales educados, el saber escu- char a los demás, van aumentando su fama y su popula- ridad, especialmente al ver tanta instrucción en su ser ca- llado y de poca salud. La norma de nuestro biografiado es la misma de Juan XXI!ll: «Nuestra mayor satisfacción debe consistir en hacer felices a los demás, no en buscar la felicidad propia». Cuando se ha llegado a estas alturas, nadie puede decir con más sinceridad yo amo la vida. Porque se ha llegado a saber qué significa «yo», qué es el «amor», por qué y para qué se nos ha dado la «vida». CRITICA DE CRITICAS Examinando las oraciones fúnebres ya citadas encon- tramos una enorme abundancia de textos de la Sagrada Escritura, donde se ve que fray Tomás la manejaba a dis- creción. ; Al final de la referente al conde de Gages inserta una serie de octavas reales dedicadas al ilustre prócer, donde abundan motivos poéticos y teológicos extractados ya de la Biblia o de las Geórgicas de Virgilio. Incluso le dedica un soneto acróstico con las iniciales del conde. Veamos tal curiosidad: po
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