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EL SANTUARIO DEL QUERCY En Francia y en Italia, en España y Portugal, en San- gúesa y en Estella, se veneran numerosas imágenes maria- nas con el título de Rocamador. En Navarra y aun en el resto de España, la advocación es exótica, habiendo sido importada por peregrinos francos a su paso para Compos- tela, o por gentes ultrapirenaicas asentadas en nuestras poblaciones allá por los años de la Edad Media. Más allá del simple hecho, intranscendente en sí, enciérrase un fe- nómeno cultural muy profundo, vinculando a los reinos cris- tianos hispánicos con la Europa cristiana, en una comu- nión de interrelaciones sociales, religiosas, económicas y artísticas. Rocamadour es el nombre de una pequeña localidad de Francia y uno de sus lugares cumbres. Alzase al resguardo de una inmensa peña en el departamento del Lot, al sur- este del Cantal y de las montañas auverniotas, a orillas del río Alzou, afluente del Dordoña. El riachuelo ha ido abriendo a lo largo de milenios un estrecho desfiladero en la roca, una escotadura profunda de más de cien me- tros de profundidad. Las gentes conocieron esta depre: sión con el nombre de «Valle Tenebroso». Sendas murallas rocosas, cortadas a pico, limitan la foz. El pueblecito, perpetua Edad Media, cuelga materialmente de la roca vi- va del farallón occidental. Sus monumentos e iglesias se incrustan en la peña del acantilado. Una copla popular de esta región del Quercy lo des- cribe gráficamente: «Las casas sobre el arroyo, las igle- sias sobre las casas, las rocas sobre las iglesias y el castillo sobre las rocas». Nada hay que pueda compararse a este pueblo, surgido como una fantástica visión de Dis- ney o como un paisaje onírico del Greco. Rocamadour es encarnación plástica de las metáforas de Teresa de Avila, de su castillo de las Moradas, que suben escalonándose, qu. sobre otras, impulsadas por una sed de luz y de cielo. Los trovadores de Occitania llamaron con diversos nom- bres al santuario del Alto Quercy en su lengua d'Oc: Rochemadour, Rocamadour. El canciller castellano don Pe- dro López de Ayala lo llamará Rocadamor, jugando con los componentes morfológicos del topónimo francés. Reche- mador será la inscripción grabada en las medallas (spor- telles) típicas de sus peregrinos, como las veneras clá- sicas de la peregrinación a Compostela. Hay una evidente intencionalidad evocadora de la tradición sobre el funda- dor de este centro religioso, cuando en 1632 publica Odo de Gissey su «Histoire de Notre Dame de Roque-Amadour». Desde este extraordinario centro de peregrinaciones eu- ropeas llegó el mombre a Navarra y a la península por e cl
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