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sino que aquí venceréis a vuestros enemigos». Parecido diálogo recoge la «Primera Crónica General» de Alfonso X el Sabio. En la carta que escribió Anfonso VIll al papa Inocen- cio lll dándole cuenta de la victoria, dice que al frente del ejército cristiano iba la cruz y el pendón real con la imagen de la Virgen: «Signo crucis Dominicae praeeunte et vexillo nostro in quo erat imago veatae Virginis et filii sui». Don Rodrigo Jiménez de Rada es más explicito en los detalles. Cuenta en su historia que, redoblado el ataque, la cruz que solía llevarse delante del arzobispo de Toledo, portada por Domingo Pascasio, canónigo toledano, pasó mi- lagrosamente por entre las filas agarenas sin que su por- tador sufriera lesión alguna a lo largo de la contienda. «Es- taba en las banderas de los reyes la imagen de Santa María Virgen, que siempre fue tutora y patrona de la provincia de Toledo y de toda España». Con su llegada, el ejército sarraceno, hasta entonces compacto e invencible, fue dJes- articulado y puesto en fuga. Ni el egregio prelado cronista, ni el Rey Sabio en su celebrada «Crónica general», especifican si las efigies marianas de los pendones reales eran de una advocación concreta venerada en los reinos cristianos, como podía haber sido la del Sagrario de Toledo. Era simplemente Santa María, protectora y patrona de la diócesis toledana y de toda España. En ninguna crónica, ni siquiera en las noticias del arzobispo de Narbona, más ligado con los acontecimientos hispanos de aquellos momentos, hay alusión alguna a una enseña traída providencialmente de Francia, ni existen indi- cios para suponer que la imagen de la Virgen de Roca- madour estuviera presente en los pendones de los guerreros. Aunque quizás sea hacer mucho favor al abad de Trois Fontaines, es posible que éste conociera el detalle de la imagen de Santa María puesta en las banderas de los reyes cristianos, según se recoge en las crónicas hispanas. En el clima devocional a Santa María de Rocamadour que vive Francia en el siglo XIll, y con más intensidad y parcialis- mo el propio panegirista del santuario, Alberico, era natural que su imaginación pensara que la victoria se debió a la milagrosa intervención de su Virgen, causante de tantos bienes y favores, y a su figura estampada en las enseñas cristianas. Bastaba un poco de entusiasmo y de interés por cxaltar las glorias de un santo o de una Virgen, y esto sobreabundaba entre los escritores de los monasterios, para redondear el dato imaginando una piadosa leyenda, como la de las apariciones y la muerte trágica del sacristán de Ro- camadour. ROCAMADOR EN PORTUGAL Entre los santuarios y hospitales portugueses dedicados a la Virgen francesa lleva la palma por su antigúedad el que fue priorato de Sousa, en el obispado de Coimbra. El rey Sancho | el Poblador (1185-1211) cedió en 1192 la villa de Sousa al monasterio de Rocamadour y a los monjes que allí sirven a Dios («Ecclesiae Sanctae Mariae de Rupe Amatoris, de villa quae vocatur Sosia, et fratribus ibidem Deo servientibus»). Con esta donación los monjes benedic- a DO

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