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crónica que tuvo terminada en 1241. Narra en ella la batalla de las Navas de Tolosa, atribuyendo la victoria de los cris- tíanos sobre los moros a la intervención de Santa María de Rocamadour. En resumen, los hechos que la crónica de Alberico nos cuenta sobre la memorable jornada, dicen así: La Virgen aparecióse durante tres sábados consecutivos al sacristán mayor de la iglesia de Rocamadour, presentándole un es- tandarte, con el encargo especial de que lo hiciera llegar hasta las tropas cristianas que en España se aprestaban a la lucha contra el sarraceno. La enseña debía ser Jes- plegada cuando las tropas cristianas se hallasen en extrema necesidad durante el combate. El sacristán se mostró re- miso a creer en la verdad de las apariciones, pero en una de ellas la Señora le manifestó que moriría dentro de tres días. Espantado el sacristán ante el vaticinio, contó a los monjes el suceso. Muerto efectivamente en el tiempo anun- ciado, dióse prisa el abad para enviar la enseña de Roca- madour al campamento cristiano. Iniciada la batalla, fracasó el ataque de los Templarios y Calatravos. Desplegóse en- tonces el pendón y se obtuvo la victoria. ¿Hay algo de verdad en el relato del monje Alberico? Es indudable que las apariciones y la entrega de la enseña pertenecen al mundo de lo fabuloso. Pero cabría pensar si efectivamente estuvo la Virgen de Rocamadour presente en la contienda de las Navas de Tolosa por medio de su estandarte y en caso negativo, cómo pudo Alberico asentar dicha afirmación. Recordemos brevemente las circunstancias de la decisiva jornada. Los almohades habían penetrado por la península, llegando con Abu Jacub hasta las murallas de Toledo. Una nueva invasión más temible y numerosa, dirigida por el califa Abu Abd Allah popularmente conocido en España co- mo el Miramamolín, hizo que Alfonso VIII de Castilla pidiera ayuda a toda la cristiandad. Inocencio !ll concedió la in- dulgencia general para la cruzada. El arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de Rada predicó la cruzada por Italia, Alemania y Francia, reclutando tropas. El contingente de ca- balleros más fuerte lo dio Francia. Con estos auxilios vi- nieron los arzobispos Arnaut de Narbona, el de Burdeos y el obispo de Nantes. Después de luchar hasta la conquista de Malagón y Calatrava, la inmensa mayoría de los ex- tranjeros prefirieron regresar a sus patrias, dejando solos a los españoles en vísperas del decisivo encuentro del lunes, 16 de julio de 1212. Los monarcas que participaron en la batalla fueron el castellano Alfonso VII!, el navarro Sancho el Fuerte y el de Aragón Pedro ll. De hecho los tres reyes cristianos cono- cían la existencia del monasterio de Rocamadour y habían favorecido con donaciones a su Virgen titular. Alfonso VIII le había dado en 1181 las villas burgalesas de Hornillos y Orbaneja; el de Navarra la dotó en 1201 con unos censos en Estella y Villatuerta; el aragonés Pedro Il había con- firmado en 1205 la donación del pueblo de Maliján hecha por su padre. Según el relato recogido en su historia «De rebus His- paniae» por un testigo excepcional, el navarro don Rodrigo Jiménez de Rada, cuando los castellanos y aragoneses ata- caron a los sarracenos, se produjo una situación embarazosa. El rey Alfonso de Castilla dijo en alta voz al arzobispo de Toledo por dos veces: «Arzobispo, muramos aquí vos y yo». A lo que el intrépido prelado respondió: «En modo alguno, a

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