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sepulcros sagrados de Jerusalén, Roma y Compostela, los soles de la constelación devocional, uníanse otros muchos de gran renombre, cntre los que destacó bien pronto Roca- madour. La expansión económica de Cluny, del Cister des- pués, de las grandes abadías o prioratos medievales, no conocía límites de fronteras. El Camino de Santiago fue el vehículo mejor de propaganda y de expansión de ciertas devociones y de la celebridad de muchos santuarios. Santa Cristina del Somport y nuestro Roncesvalles acrecieron su ingente patrimonio por las donaciones de los nobles indí- genas, pero sobre todo por donos de peregrinos que pu- sieron en sus manos iglesias y tierras en otros reinos de cristiandad. Las posesiones del monasterio del Quercy extendiéronse también por España, principalmente a lo largo de la ruta jacobea, que se identificaba en algunas partes de Francia con el camino de Rocamadour. Demuéstralo así una licen- cia expedida por el vicario general de la diócesis de Jaca en 1337 en favor de los demandantes de Santa Quiteria, en la cuenca del Adour, para que pudieran postular por los pueblos de su jurisdicción. Expresa el documento que el mencionado santuario estaba situado «in strata publica itineris sancti lacobi et Sancte Marie de Rupe Amatoria». Por tierras burgalesas, más allá del arco de Santa María de la ciudad capital y de las agujas de su catedral gótica, el camino francés cruza lomas y páramos, a trechos anchu- roso y en parte desaparecido hoy, siempre virgen de as- falto desde Rabé de las Calzadas, para descender hasta Hornillos del Camino. Hornillos, el medieval Forniellos, es un típico pueblo de la ruta compostelana, alineando su caserío en una sola y larga calle-calzada, más allá del puente sobre el río Hor- maza. Alfonso Vil había donado el pueblo al monasterio de San Dionisio de París en 1156. Alfonso VIll donó en 1181 a la iglesia de Santa María de Rocamadour y a Geraldo, abad de Tulle, todo cuanto en esta villa burgalesa pertene- cía a San Dionisio, además del lugarejo de Orbaneja, un pueblecito hoy desaparecido, cuya ubicación se perpetúa en una fuente que lleva su nombre, entre Hornillos y Rabé. Fundóse más tarde un monasterio benedictino dependien- te de la comunidad de Rocamadour. Nombraba ésta al prior de Hornillos, señor de horca y cuchillo, y presidente de una comunidad que llegó a contar hasta doce monjes. Cuando san Fernando confirmó la donación el año 1217, figuraba al frente de la comunidad monástica del lugar el abad Esteban. Un siglo más tarde, Fernando IV volvió a confir- mar sus privilegios y posesiones a Santa María de Roca- mador de Hornillos (1304), a petición del prior Beltrán de Murat, un monje a todas luces originario de las montañas del Cantal francés. Alfonso Xl renovó la gracia «por facer bien et merced a la orden de Sancta María de Rocamador et a los dichos logares de Fornellos e Orvaneia». Quedan actualmente en un altozano próximo a la población algunos vestigios de las edificaciones priorales, en torno a una ermita que conserva ventanas románicas en el muro meridio- nal, y un arco apuntado al poniente. Entre las alberguerías creadas en la villa para atender a los romeros, existió una malatería bajo la protección de San Lázaro. No es raro ver, sirviendo de dinteles en las puertas de las casas, viejos sarcófagos procedentes del convento de Santa María de Rocamador. En este pueblecito y en su iglesia parroquial de San Román, quedó una imagen de la Virgen, buena talla eótica — —
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