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con la particularidad de tener al Niño sobre el brazo dere- cho, detalle poco frecuente. Para explicarlo, la imaginación popular ha tejido una bella narración que recogió extensa- mente Pedro Campos Ruiz en sus «Leyendas y tradiciones estellesas». En la fiesta de los Santos Felipe y Santiago, que en Estella siempre fue celebrada con festejos populares, ha- llábase en la ciudad un joven hidalgúelo forastero, de cuya naturaleza no se ocuparon las crónicas, si bien dicen unos haber sido de Arróniz, los otros de Los Arcos. A raíz de una reyerta entre muchachos resultó muerto uno de ellos. La justicia prendió por sospechoso al forastero. Por más pesquisas que se hicieron y más que el preso juraba y perjuraba su inocencia, fue condenado a la horca. Lle- gado el día fatal, presentes en sus puestos los regidores y el justicia, apañado el patíbulo en las inmediaciones de la basílica de Rocamador, un crecido número de curiosos esperaba al reo. Apareció por fin sobre la fatídica carreta, atadas las manos, pálido el rostro aunque sereno. Descen- dió de ella el condenado para dirigirse en compañía del fraile confesor hasta el cadalso. En medio del silencio fue leída la sentencia judicial condenatoria. Absolvióle el dominico de sus culpas y le dio a besar el crucifijo. Pero antes de ofrecer su cuello al verdugo, alzó su voz el sentenciado en medio del silencio del con- curso. Tranquila y claramente, muy seguro de su inocen- cia, dijo en alta voz: «Desde el primer momento declaré que mis manos, como mi pensamiento, estaban limpias del crimen que se me imputa; mas no hubo piedad para mí. Hoy no pido cle- mencia; demando justicia. Mi inocencia brillará, pues tan cierto es que soy inocente, como que la Virgen de Roca- mador está cambiando en este momento el Niño del brazo izquierdo al derecho. La Virgen me salvará, pues en ella confié ». El murmullo de los circunstantes va creciendo. Se oyen gritos, hay carreras hacia la basílica. Las autoridades re- quieren al escribano para que haga fe de aquel extraño argumento. Dirígense todos a la capilla, y al llegar ante su fachada, quedan mudos de asombro. En aquel preciso instante la Virgen estaba pasando a su Hijo de un bra”o al otro. El joven quedó indultado. La imagen de la fachada de Rocamador cuenta así con una leyenda que explica la ano- malía del Niño colocado sobre el brazo derecho de Madre. El relato cae dentro de la línea del condenado ino- cente que logra probar su inocencia recurriendo a soluciones sobrenaturales en el último momento de su vida, como se contaba en el siglo Xll de la infanta navarra doña Sancha, y como lo refería una popular tradición de Toledo, aplicado el caso a su Cristo de la Vega, que inmortalizó el pasado siglo el poeta epicolírico español José Zorrilla en su poe- ma «A buen juez, mejor testigo». ROCAMADOR EN EL CAMINO DE SANTIAGO Millares de peregrinos recorrían los caminos de los santuarios venerandos durante toda la Edad Media. A los

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