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no lo menciona, ni tampoco el cronista de la casa de Lara, Salazar. Lo silencian asimismo los historiadores bearneses, como el insigne Pedro de la Marche, más tarde arzobispo de París, y las crónicas y anales de Navarra. A este sis- temático silencio de las fuentes más directamente relaciona- das con el personaje, se une el contenido y la forma del relato, escrito a todas luces en un momento en que la imaginación de los autores de libros de milagros no conoce límites. La de Sancho el Fuerte. Un huen testimonio de cómo había calado en Navarra la devoción a Santa María de Rocamadour nos lo proporciona el texto de la donación hecha desde Tudela por el monarca Sancho el Fuerte, en el mes de marzo de 1201, recién regresado de su expedi- ción al Africa. Conservóse el documento en el archivo de Rocamadour, donde lo vio y utilizó Baluze en el siglo XVIII. Existen copias en el Archivo General de Navarra y en la Biblioteca Nacional de París. Ha sido publicado repetidas veces por muchos autores. El documento dice lo siguiente: «Yo Sancho, por la gracia de Dios rey de Navarra, dono al monasterio de Santa María de Rocamador, por mi alma y las de mis padres, el censo que solía percibir del antiguo mercado de carnes (macellum) de Estella. que está sito junto al camino público que lleva a los peregrinos hasta Santiago, a saber, veintitrés áureos, más otro censo que igualmente yo solía percibir de los molinos situados de- lante de la población de Villatuerta, en el Arenal, que mon- tan dieciocho áureos, deduciendo el diezmo de Montearagón». La donación de estos dos censos la hace con el fin de que los clérigos que viven en dicho monasterio destinen treinta y ocho áureos para iluminación, debiendo mantener encendido perpetuamente, día y noche, un cirio delante del altar. En las principales festividades del año debían en- cenderse en dicho altar 24 cirios de media libra cada uno. A la persona que solía predicar delante del altar del mo- nasterio de Rocamador se le daría un áureo. Moret ofreció en sus Anales una versión.sui géneris del documento, asegurando que la limosna la hacía el rey a Santa María de Rocamador, «a la salida de Estella para Yrache, en el camino público de los peregrinos a Santiago de Galicia, como hoy se ve». Posteriormente los autores na- varros han venido generalmente interpretándolo así, fiados en la autoridad de nuestro analista. Sin embargo, el texto no dice que sea el monasterio al que hace la donación, sino la carnicería vieja la que está situada junto al Camino de Santiago. El monasterio de Rocamador al que nuestro rey don Sancho dona dichos censos es el francés, entonces en el apogeo de su celebridad. Buena prueba de ello es el hecho de que en sus archivos se guardase el documento original de donación, publicado por Baluze en su «Historia tute- llensis». El texto nos descubre cuán conocidas eran para nuestro monarca las costumbres devocionales practicadas en el santuario del Quercy, y las relaciones íntimas entre Estella y Rocamadour en los albores del siglo XIII. La en otros lugares de Navarra. Sangúesa y Es- tella no tuvieron la exclusiva de la devoción a la Virgen Negra. También en Olite, la corte de nuestros reyes en la Baja Edad Media, contó con una pujante cofradía que ad- ministraba el «ospital de Sancta Maria de Rocamador», donde en 1414 vivia un hombre dedicado a confeccionar espuertas para las obras del palacio. El culto debió exten- derse a otras localidades del reino con población de francos, E, A

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