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A | y en otros trabajos históricos. La historiografía contemporá- nea más seria rechaza la historicidad del portentoso acon- tecimiento, clasificándolo entre los relatos legendarios. Cuentan las crónicas francesas que la infanta doña San- cha, también llamada Leefans, l'Enfans o Leofás, hija del rey de Navarra García Ramírez el Restaurador y hermana de Sancho el Sabio, casó con Gastón V, conde de Béarne. El autor de «La Vasconie», Jaurgain, sitúa la boda en el año 1165, datando la muerte del conde Gastón cinco años después, fundado en la noticia del libro de los milagros sobre la donación hecha a Rocamadour por dicha Infanta. Leofás quedaba viuda sin dejar descendencia al condado. La aflicción se extendió por todo el país, sobre el que se cernía el peligro inmediato de la pérdida de su indepen- dencia, a punto de ser absorbido por el rey de Aragón. Pero la condesa había quedado encinta. Justamente había renacido la esperanza, cuando a los cuarenta días de la muerte del conde, su viuda sufrió un aborto. Acusáronla entonces de haber sido autora criminal del infanticidio, sien- do condenada a sufrir la prueba del agua. Consistía ésta en arrojar a la presunta criminal al río, atada de pies y manos a un escudo de acero. El castigo debería ejecutarse en Sauveterre, ciudad fortificada bearnesa, próxima a Or- thez, donde sería arrojada al río Gave de Olorón desde lo alto del puente. Como una deferencia se le dispensó de ser atada al escudo. Más de tres mil personas asistían a la triste prueba. Unos maldecían a la malhadada condesa, otros la defendían con tesón. Momentos antes de ser arrojada a la corriente, Leofás puso a la Virgen de Rocamador como testigo de su inocencia. Cayó la Infanta, sumergiéndose su cuerpo entre las revueltas aguas y, saliendo inmediatamente a flote, fue transportada suavemente sobre las rápidas aguas, siendo depositada sin contusión alguna sobre un banco de arena, a tres tiros de arco (unos 200 metros) del puente. El pue- blo, testigo del prodigio, recogió a su Señora, cortó sus ligaduras y la transportó triunfalmente a su palacio. En agradecimiento a Nuestra Señora, Leofás entregó perso- nalmente en 1170 una rica tapicería, con destino a la ca- pilla de la Virgen, al propio Géraud de Escorailles, abad de o? quien a la sazón regresaba de Santiago de alicia. ' La historieta tiene un epílogo. Cuando el pueblo bear- nés reconoció la inocencia de doña Sancha, quiso ésta mani- festar su amor a los vasallos salvando su independencia contra las aspiraciones del aragonés Alfonso ll, contrayen- do matrimonio con el castellano don Pedro Manrique de Lara, cuya noble familia fue decidida protectora del mo- nasterio de Santa María de Huerta (Soria), al que hizo importantes donaciones y en el que tuvo su sepulcro. Dí- cese que en un documento de dicha abadía, fechado en 1173, figura junto al conde don Pedro de Lara su esposa doña Sancha. Los historiadores franceses no han tenido inconveniente en admitir la historicidad del suceso, no faltando entre ellos quienes piensan que la devoción especial patente en algunas localidades de Navarra a la Virgen de Rocamador pudo tener su origen en el agradecimiento de nuestros monarcas por la protección dispensada a la Infanta doña Sancha. Sin embargo el episodio de Sauveterre cae enteramente dentro del terreno de lo apócrifo. Rodrigo Jiménez de Rada, fundador del monasterio de Santa María de Huerta, E,
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