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Virgen de Rocamador, hacia el año 1120, lo que nos reve- la la temprana aparición de su culto en nuestra tierra navarra, Las versiones romances del fuero de Estella, concedido por Sancho el Sabio, garantizan la salvaguardia de los pe- regrinos desde su partida hasta su regreso, «si va a Roma o a Sant lacme o en altre santor» (santuario). El Fuero General de Navarra, que conoció en los siglos XIl y XII diversas redacciones y compilaciones, en el Tit. 15 del Libro 3. regula los embargos de bienes mientras durase la peregrinación. «Nuil ynfanzon que va en romeria non debe ser peyndrado ata que torne. Si va a Sant laime deue ser seguro un mes; a Rocamador, XV dias; a Roma, lll meses; a Oltramar, un aynno; a lherusalem, un aynno et un dia» (Cap. XXVII). Los tiempos máximos señalados como garantía son un año y un día para los palmeros de Jerusalén, un año para los que pasan a Ultramar; tres meses para los romeros de Roma; un mes para los jacobípetas de San- tiago y quince días para los peregrinos de Rocamador. La mención de este santuario en el Fuero de Navarra llevó al historiador estellés Eguía y Beaumont, y después de él a otros muchos, incluido Pedro Madrazo, a pensar en una definitiva alusión al templo de Estella. Sin embargo es claro que el Fuero recoge los lugares de peregrinación de más renombre y fama internacional, de que no gozaba el de la ciudad del Ega. Por otra parte, si el Fuero señala un mes como plazo racional para recorrer los setecientos kilómetros de Navarra a Compostela, los quince días asig- nados para visitar Rocamador suponen una distancia pro- porcionada, que no es otra que los cuatrocientos kilóme- iros aproximados que nos separan del roquero. sagrado del Quercy. A esta conclusión llegó J. M. Corral en su trabajo «San- ta María de Rocamador y la milagrosa salvación de una in- fanta navarra en el siglo Xll», publicado el año 1947 en la revista «Hispania». Entre los aciertos de este estudio existen ciertas inexactitudes, algunas de fondo. Así, cuando defiende que la salvación de la Infanta se debió a la de- voción de la Virgen de Rocamadour y no a la de Estella, fundamenta su conclusión en que todavía no existía en la ciudad navarra el santuario de este nombre. Cuando se redactó el libro de los milagros, en el que se recoge este episodio legendario del que nos ocuparemos inmediatamen- te, existía ya el templo de Santa María en las afueras de Estella, como puede deducirse del análisis estilístico de la cabecera del templo. La Infanta navarra doña Sancha es sometida a un juicio de Dios. En el momento álgido de las peregrinaciones del siglo Xil a Rocamadour redactáronse unas colecciones de milagros obrados por Santa María en este lugar. Consér- vanse en la Biblioteca Nacional de París tres ejemplares manuscritos de estas crónicas, uno de fines del siglo XII y los otros dos del Xill. En ellos se relatan hasta 126 mila- gros o sucesos portentosos. Traducidos del latín original al francés, fueron publicados a principios de este siglo. El libro de los milagros, cuyo autor debió ser un monje cluniacense de Rocamadour preocupado por extender la fama de su monasterio y de la Virgen Negra, cuenta el episodio de doña Sancha con el título latino «De muliere que mergi non potuit» (De la mujer que no pudo ser ahogada). Los historiadores posteriores del santuario recogen el suceso, incluido Baluze en su historia de la abadía de Tulle e ta

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