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plona, era por entonces una menguada población, la Na- varrería, ocupada por labradores que tenían sus viviendas en torno a sus dos únicas iglesias: la catedral de Santa María y la de Santa Cecilia, en el extremo de la actual calle Curia. No se habían creado todavía el burgo de los francos de San Cernin ni la población de San Nicolás. Las dificultades que experimentaban los peregrinos eu- ropeos a su paso por nuestra tierra debían ser crecidas, hasta que providencialmente los navarros eligieron para suceder al monarca Sancho, despeñado en Peñalén, al rey de Aragón Sancho Ramírez. Para entonces el soberano aragonés tenía en su haber político la experiencia vivida en Jaca tras la concesión de un fuero protector en favor de los francos que quisieran venir a establecerse en dicha ciudad aragonesa. Dispuesto a favorecer el paso de los peregrinos y a enriquecer al reino de Navarra con los beneficios que la experiencia jaquesa garantizaba, decidió extender dicho fuero a diversas poblaciones ya existentes, creando otras nuevas a las que dotó de iglesias, hospitales y mercados, a lo largo de toda la vieja ruta de peregrinación. Devotos, ar- tesanos y mercaderes extranjeros comenzaron a establecerse en Sangúesa la Vieja y en la nueva población creada en 1090 al pie de Lizarra, la nueva Estella, en Puente la Reina y en Pamplona. Debieron ser estos nucleos francos los que trajeron a Navarra las noticias de los milagros y la fama del santuario de Rocamadour. A la hora de recoger la presencia de dicha invocación mariana en España y más concretamente en Estella, es im- portante recordar las rutas que cruzaban la región francesa del actual departamento del Cantal, desde Brioude por Au- rillac, o de Lanobre por Ydes, convergentes en Rocamadour. Desde principios del siglo XI existió una profunda vincula- ción entre el Cantal y el Camino de Santiago, concretamen- te entre su capital Aurillac y el monasterio-hospital del Cebrero. La donación del hospital del monte Cebrero, si- tuado en los confines de León y Galicia, hecha por el rey Alfonso VI de León y Castilla, y confirmada por Alfonso VII y Fernando ll de León (1166) en favor del monasterio de Saint Géraud de Aurillac, contribuyó a intensificar las pere- grinaciones a Santiago de los habitantes de esta bellísima región francesa. Lo jacobeo invadió y sigue presente en aquellas tierras, en sus numerosas iglesias dedicadas a Santiago, en los recuerdos de la peregrinación que hallamos en cualquier rincón, sobre todo en la capital departamental. El escudo de armas de Aurillac ostenta tres conchas vene- ras junto a los tres lises. En ella existió una pujante cofra- día de Santiago, y sigue denominándose así una calle típica. Todas estas circunstancias pueden iluminar el hecho del parentesco estilístico entre la escultura de la iglesia de Rocamador de Estella, y aun de la de Santa María Jus del Castillo de dicha ciudad, con la del bello templo románico de Ydes (Cantal), con el que guardan una insospechada semejanza, lo que no se explica sin tener en cuenta estas múltiples relaciones. Cuando Sancho Ramírez inició la experiencia repobla- dora, secundada luego por Pedro | y Alfonso | el Batalla- dor, Rocamadour empezaba a irradiar la devoción a su Vir- gen. De Navarra la advocación se extendió a otras regiones españolas, sobre todo a Castilla y León. Los navarros que marcharon a Castilla con Alfonso el Batallador, fundaron en Salamanca un templo y una cofradía dedicados a la E

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