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Rocamadour no podía quedar sin estos venerandos exvotos. Una tradición local ha transmitido hasta hoy la noticia de que, cuando el héroe de la rota del Pirineo navarro, pró- ximo a la muerte, intentó partir su espada Durandal en la peña para evitar que cayera en manos del enemigo, abrióse la piedra sin que el acero se quebrara. Nuestro héroe decidió entonces ponerla a salvo arrojándola hacia Francia. Haciendo un supremo esfuerzo, la tiró con tal fuerza y tan lejos, que vino a clavarse en la peña de Rocamadour. Allí está desde entonces, con una cadena colgada de su empuñadura. Supersticiones populares propagadas por juglares y por la tradición cuajaron aquí en un rito mágico vinculado con la espada. Dicese todavia en la población que las mu- jeres que no disfrutaban de la apetecida fecundidad, vién- dose privadas de sucesión, conseguían sus justos anhelos si lograban tocar con sus manos la Durandal. Las muje- res solteras poco afortunadas a la hora de encontrar es- poso, conseguirían contraer matrimonio en el plazo de un año, tocando la providencial arma de Roldán. SOMBRAS Y LUCES El gran perdón. En 1422 Inglaterra dominaba la mayor par- te del territorio francés, desde Calais hasta Bayona. Como sucedería treinta años más tarde en nuestra Navarra, Fran- cia estaba dividida en dos bandos antagónicos. Los Borgo- ñones apoyaban a los ingleses y los Armagnacs defendían la legitimidad del Delfín Carlos. La anarquía era espantosa. Los inglesos fueron afianzando su dominio hasta poner cerco a Orleáns. Solamente un milagro podía salvar a Francia. En estos angustiosos momentos, Martín V decretó un jubileo especial, llamado el «Gran Perdón», para cuantos visitaron el santuario de Rocamadour. Millares de peregrinos acudie- O ia
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