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sonaba sola cada vez que se realizaba algún milagro por intercesión de Nuestra Señora de Rocamadour, sobre todo en favor de los marineros, entre los que se le profesó una gran devoción. Sirvió la iglesita de refugio seguro en tiem- pos de guerra, ya que el único acceso posible son las es- caleras. Delante de la puerta de esta capilla puede verse el sepulcro donde reposó el santo cuerpo de San Amador, excavado en la roca. Por encima y por debajo, a derecha e izquierda de esta construcción, se abren otras seis capillas. En el centro del acantilado está el patio recoleto, del que se pasa a la iglesia colegiata, templo de dos naves, con bóvedas descan- sando en columnas centrales, que data de fines del siglo XII. Fue restaurada el siglo pasado. El templo se halla em- plazado en la altura media del farallón, de forma que la distancia desde ella al castillo superior es de 60 metros, y de 50 a la parte baja de la población. Al poniente se destaca una capilla muy alta, cobijada bajo la visera rocosa, como un enorme tornavoz. Del muro sobresale un curioso balconcillo exterior, desde el que los monjes y clérigos del monasterio predicaban a las muche- dumbres de peregrinos. Es la capilla de San Miguel, la única que se conserva de la época románica. A la hora de clasifi- car estilisticamente las características constructivas y ar- tísticas de este reducido templo, deberíamos encuadrarlo cronológicamente en el siglo XIl, aunque sus particulari- dades lo sitúan dentro de lo que algunos han dado en llamar «estilo Rocamadour», para designar las iglesias cu- yos muros y bóvedas van formados por la roca viva, como sucede en parte en el monasterio español de San Juan de la Peña, en la provincia de Huesca. La cabecera de la menguada capillita se halla por el interior decorada con pinturas murales, ejecutadas a prin- cipios de la época gótica, parcialmente estropeadas por los grafitos de los peregrinos que estamparon sus nombres sobre el fresco. Las pinturas representan en la mandorla clásica central la figura de Cristo en majestad, rodeado de cuatro figuras, que no son las tradicionales representacio- nes del Tetramorfos, sino cuatro ángeles escribanos. Junto a este motivo represéntase a San Miguel pesando las al- mas. En los muros exteriores consérvanse restos de pintu- ras murales de distintas épocas. Algunas, con el colorido muy bien conservado, pertenecen a los finales del siglo XII o principios del Xill. Otro fragmento del siglo XV repre- senta una danza macabra, recordando la existencia aquí de un antiguo cementerio. La popularidad de Rocamadour en toda la Europa occi- dental en los siglos esplendorosos de la cristiandad mie- dieval hizo que trovadores y peregrinos hicieran llegar hasta aquí los ecos de los relatos épicos rolandianos. Cual- quiera que visite Rocamadour podrá ver clavada en la roca del acantilado una enorme espada de hierro, a bastante al- tura de la terraza de un edificio, en la zona de las ca- pillas. Dícese que es la misma espada Durandal que usó el valeroso caballero Roldán en sus batallas, singularmente en la que libró contra los sarracenos en Roncesvalles. «La Chanson de Roland», sus protagonistas y sus haza- ñas eran bien conocidos y admirados durante la Edad Me- dia en todos los países cristianos, especialmente en Fran- cia. Los centros de peregrinación más afamados disputá- banse el honor de guardar las reliquias de los héroes de Roncesvalles, los objetos y las armas del mítico Roldán. 7 an
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