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firmó la paz de Arques en 1326, púsose como condición que un centenar de habitantes de Courtray peregrinaran a San- tiago de Compostela, otros cien a Saint Gilles de Provenza y otros tantos a Rocamadour. Eran muchísimos los nobles y plebeyos que emitían votos solemnes de visitar un santuario en momentos de peligro. No era raro que a la hora de hacerlos realidad surgieran dificultades que impedían cumplir la promesa. Los proble- mas de conciencia derivados del juramento sagrado solucio- nábanse en estos casos, bien enviando a un hombre a sueldo para que hiciera el camino, llevando la ofrenda al altar del santuario en nombre de su mandatario, o bien pidiendo la conmutación del voto por otra obra penitencial. En este segundo capítulo cae el caso del rey Alfonso XI de Castilla, quien hizo voto de peregrinar a Rocamadour. Clemente VI le dispensó de su promesa por bula del año 1345, conmutándosela por una limosna de 500 florines, además de la obligación de enviar al monasterio la ofrenda prometida. UN PUEBLO MEDIEVAL La pequeña población de Rocamadour, formada por el pueblo, los palacios, las capillas y el castillo cimero, en increíble superposición, se alza vertical, pegada a la im- presionante escotadura rocosa, cobijada bajo la inmensa vi- sera. El caserío del pueblo se alinea apretujado en la zona más baja, en torno a la única calle, con puertas fortificadas de la antigua muralla del siglo XIV y vestigios góticos del viejo hospital. Corónase la roca con el castillo amurallado, de la misma época que el recinto fortificado de la pobla- ción. Del santuario al castillo puede subirse por dos ca- minos: uno que serpentea por la pared de la roca, pasando bajo un arco natural, y tallado el otro en el propio farallón, formando una escalinata de 215 peldaños. Rocamadour es un subir y bajar escaleras. Una de ellas, de 220 peldaños sube desde el pueblo hasta la capilla de la Virgen, construida debajo de la roca que le sirve de te- chumbre. Es tradicional entre los devotos peregrinos su- bir esta escalera de rodillas, rezando en cada grada un avemaría con una jaculatoria a la Virgen de Rocamador. Esta práctica piadosa ha sido enriquecida repetidas veces con indulgencias por los Pontífices de Roma. En el retablo de esta capillita venérase la imagen de Santa María. Es una pequeña talla en madera. Representa a la Virgen sedente, con el Niño sobre sus rodillas. En su estado actual, y a pesar de los deterioros, demuestra un gran primitivismo. Pasa por ser una de las más antiguas efigies marianas de Francia. Va cubierta por una delgada capa de plata. El incesante humo de los cirios, el fuego de los hugonotes y el transcurso de los siglos la han ennegrecido, circuns- tancia determinante del calificativo de «Virgen Negra» con que es conocida popularmente. Dícese que el altar mayor es el mismo que en el siglo lll consagró el primer obispo de Limoges, San Marcial, en el pequeño oratorio de Zaqueo. En la bóveda rocosa de esta capillita cuelga una pequeña campana de bronce. Era creencia general, testificada por de- claraciones de gentes en procesos verbales auténticos, que 72
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