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A lo largo del siglo XIl y en centurias sucesivas, pasaron por la célebre basílica San Enguelberto, arzobispo de Co- lonia, San Bernardo de Claraval, Santo Domingo de Guzmán, San Luis rey de Francia, su madre doña Blanca, Raimundo VI de Toulouse, Carlos IV de Francia y su esposa María de Luxemburgo, Juan de Luxemburgo rey de Bohemia, Car- los VII de Francia y otros muchos más. La devoción a la Virgen de Rocamadour se extendió con rapidez por toda Francia. Más de 47 departamentos poseían iglesias, hospitales y ermitas dedicadas a ella, distinguién- dose entre todas la región de la Bretaña, donde un rosario de santuarios rocamadorianos marcaba toda la costa, sien- do venerada como patrona de marineros y pescadores. A lo largo de la Edad Media, sobre todo en los siglos XI! y Xill que marcan el período álgido de las peregrinaciones a los principales centros devocionales, las gentes que se ponían en camino como. romeros, lo hacian voluntaria- mente o forzados por un castigo o pena impuesto. En Hocamadour ocurre lo mismo. Eran muchísimos los peregri- nos que visitaban a la Virgen Negra para satisfacer libre- mente su devoción personal, bien espontáneamente, o en virtud de un voto emitido en momentos de peligro o de grave enfermedad. Junto a estos romeros voluntarios peregrinan otros mu- chos, obligados a ello por una penitencia canónica o por una sentencia civil. Y aún cabría añadir otro tipo de pere- grinantes, el de los que hacen el viaje sustituyendo a un señor, de quien perciben un sueldo a cambio de llevar al santuario preferido la ofrenda prometida. La peregrinación forzada comenzó imponiéndose como penitencia canónica, figurando así en los libros peniten- ciales. El llamado «de los treinta capítulos» señala como pena para el obispo homicida, que vaya peregrinando todos los días de su vida, reduciéndose a unos años en otros ca- sos. De un tiempo variable son las penas de peregrinar impuestas a un clérigo que asesina a su hijo, que comete pecados de adulterio, robos sacrílegos, o que viola el se- creto de la confesión. En ciertas circunstancias, la peniten- cia se agravaba obligando al peregrino a portar cadenas de hierro sujetas a su cuerpo. Otras veces las peregrinaciones impuestas eran varias. Cuando el canciller francés Guillermo de Nogaret (1260- 1313) luchó contra Bonifacio VIII, teniendo la osadía de encarcelar al papa y abofetear su rostro en Anagni con su guantelete de hierro, Clemente V puso como condición previa para levantarle la excomunión, que participara en la próxima cruzada, debiendo peregrinar, mientras ésta se or- ganizaba, a los santuarios de la Virgen de Vauvert, de Roca- madour, de Le Puy-en-Velay, de Boulogne-sur-Mer, de Char- tres, y a los de San Gil de la Provenza, San Pedro de Mont- majour y Santiago de Compostela. La práctica pasó del campo eclesiástico o canónico al civil estrenándose estas sanciones en los principados ecle- siásticos de los Países Bajos, de donde parece pasó a Francia y Alemania. La frecuencia con que eran remitidos penitentes al monasterio del Quercy desde Flandes hizo que en estas tierras fueran conocidos los así penitenciados con el nombre de «Amadours». Rocamadour llegó a ser en los Países Bajos sinónimo de castigo expiatorio por delitos graves. Estiláronse también las peregrinaciones masivas, impues- tas como condición al estipular ciertos tratados de paz. Cuando Carlos el Hermoso, rey de Francia y de Navarra,
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