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en el episcopado y le aconsejó que solicitase un obispado en España «para salir, de una vez, de entre sus calumnia- dores». Mons. Moscoso quedó muy consolado y anunció su viaje a España. En su defensa, se quejará de haber sido tratado como facineroso. El 13 de mayo de 1784, un terremoto azotó la ciudad de Arequipa y sus poblaciones inmediatas. Se apreciaron once rados en la escala Mercalli sobre una extensión de 1.000 ilómetros, lo que quiere decir destrucción total. Fray Miguel ordenó tres días de ayuno y, en cada día. una procesión de flagelantes. El mismo dio el ejemplo, saliendo descalzo y con una enorme cruz al hombro. Alto, demacrado, porte lleno de distinción, penetrante mirada, con la cruz a las espaldas, era el hombre a propósito para transformar un pueblo espantado por el terremoto. Lo que comenzaba por la palabra, lo seguía con sus obras y lo poe con la penitencia, que es el mayor milagro de la vida. Recorrió las cercanías de Arequipa para darse cuenta de la catástrofe y organizar la famosa Caritas Diocesana con Sentmenat, Larrea y Arechavala, sus antiguos colabo- radores. En recuerdo y expiación, propuso el obispo colocar una cruz en lo alto del volcán Misti, 6.600 metros de altura, y él mismo se ofreció para subir a la cumbre, con sus 65 años bien cumplidos. Era invierno, el 17 de julio, cuando comenzó la ascensión de la montaña con el canónigo Gar- cía de Arazuri y otros acompañantes. Subió el prelado cuan- to le fue posible haciendo fogatas para escapar a la con- gelación. Celebró la misa a las tres de la mañana, mien- tras cuatro indios y un español ascendían a la cumbre, plantaban la cruz y encendían una hoguera. DESENGAÑO Y RENUNCIA Se ha querido poner como causa de su renuncia la afir- mación del doctor Francisco Javier Echeverría: «Por la vi- veza de su genio, casi no resistió en el obispado». Por otro lado, tenemos la buena opinión del virrey Jáuregui y de la Audiencia por sus obras de caridad. En realidad, las causas aducidas por fray Miguel se centran en que fue enviado a la sede arequipeña para so- segar los ánimos después de la revolución y, habiendo cumplido con el encargo, se volvía a su convento, no para vivir cómodamente, sino para seguir trabajando en el as- pecto misional. Antes de renunciar, había pedido un obispo auxiliar que le fue concedido, pero encargándole que no se moviera de su diócesis hasta la llegada de éste. Fray Miguel se em- barcaba, antes de que llegase el obispo auxiliar, el 6 de diciembre de 1786, a pesar de los escrúpulos del nuevo virrey Croix, que venía de Méjico. Se sabe que fray Miguel había presentado su renuncia el 10 de diciembre de 1784. Había muerto su amigo el virrey Jáuregui de apoplejía, según la leyenda por haber comido unas cerezas envenenadas que le presentó un indio al año de la ejecución de Tupac-Amaru. Le faltaba un amigo y, además, tenía dificultades con el cabildo catedral. ¿o
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