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teatro de culpas por los vestidos escandalosos que en ella se usan, no contrayéndose las señoras principales a una arreglada decencia en el modo y forma de vestirse, sobre que deben temerse serios castigos, induciendo con su ejemplo a las clases populares...». El prelado amenaza con la excomunión y con cerrar los templos aun a los maridos y a los sastres por su cooperación. Trece años más tarde repetía el obispo Cavero su advertencia e los «faldellines cortos, las mangas de camisa r as. los cuellos tan abiertos que traen los pechos y brazos desnudos, haciendo ostentación de des- honestidad ». Parece ser que no se conseguía gran cosa en estas cuestiones. Mons. Chávez de la Rosa, sucesor de fray Mi- guel cerró los templos a las damas encopetadas a los atre- vidos, vestidos o desvestidos, en los años 1780-1804. á Por esos años redactaron los mandamientos para las amas: 1. Amar a su marido sobre todas las cosas. 2. No jurarle amor en vano. 3. Hacerle fiestas. 4. Quererle más que a su padre y a su madre. 5. No atormentarle con celos y refunfuños. 6. No traicionarle. 7. No gastarle dinero en perifollos. 8. No fingir ataques de nervios ni hacer mimos a los primos. 9. No desear más prójimo que su marido. 10. No codiciar el lujo ajeno. Hubiera sido interesante que las damas hubieran re- dactado a su vez los diez mandamientos del marido. En cuanto a las monjas de Santa Catalina, fray Miguel consiguió sanear su contabilidad, entregándoles 17.000 pe- sos oro, para guardar la observancia regular, tuvieran to- das un refectorio común y no hiciera cada una su co- mida particular. Fray Miguel se entendió y le hicieron caso, pero el sucesor Chávez de la Rosa eligió una Superiora por su cuenta, se rebelaron unas cuantas y presentaron otra candidata, que fue aprobada por la Audiencia de Lima, que al fin es difícil contentarlas pues son doblemente ca- prichosas por mujeres y por monjas. La cuestión número cinco fue aún más ardua. La moral andaba muy relajada, y el reducir viudas y doncellas a una casa no fue tarea fácil. Mons. Chávez de la Rosa, en su informe al virrey, indicaba que la casa de expósitos había recibido entre 1789 y 1801, 1.300 infantes. En cuanto al Seminario poco pudo hacer dada su corta administración. La Cáritas diocesana la empleó adaptando la casa de la compañía convertida en cuartel, en refugio de pobres y damnificados de guerra; consiguió la salida de la guarnición y a cinco mil pensionistas les dio comida, ropa, ayuda, recogida en la ciudad, indicándoles que se les buscaría trabajo, suprimiendo los pobres. Nos dice Francisco Javier Echeverria: «Puso un hospi- cio para pobres y mendigos y con este espanto se esca- paron de la ciudad»
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