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Miguel; los misioneros morían de viejos y no había sus- titutos. Habiéndose extinguido las misiones de capuchinos de Maracaibo (misión de Navarra), por muerte de los padres que la servían, quedaron algunos bienes pertenecientes al hospicio de misioneros. El general Bolívar, en 1828, mandó restablecer dichas misiones con religiosos de las provincias de Caracas y , «por no haber concurrido, ni ser posible que con- curran, los misioneros designados». El edificio y el terreno del hospicio fueron agregados al Instituto Nacional y, como nada producían, sirvieron para ensanche de la parroquia de Santa Bárbara (1855). OBISPO DE AREQUIPA El documento de presentación se guarda en el archivo de Simancas. Es de fecha 28 de enero de 1782, y dice así: «Carlos, por la gracia de Dios rey de Castilla, al vi- rrey presidente y oidores de mi real audiencia de la ciudad de Lima en las provincias del Perú y otros cualesquiera mis jueces justicias de ellas, sabed que yo presenté a Su Santidad a fray Miguel de Pamplona, religioso capuchino, para el obispado de la iglesia catedral de Arequipa, va- cante por fallecimiento de D. Manuel Abad Yllana, etc.». Entre los informes sobre las cualidades de fray Miguel se encuentra el del gran político José Gálvez: «Sin perjui- cio de los sujetos que propone la Cámara de Indias, doy mi voto para obispo de Arequipa a fray Miguel de Pam- plona, misionero capuchino, por las razones y motivos que tengo manifestados al rey y a V. llma., cuya vida ruego a Dios le guarde muchos años». Este es el del secretario del consejo: «Considerando las prendas de virtud y literatura que concurren en el citado misionero capuchino, doy mi voto para obispo de Arequipa». Fray Joaquín de Eleta, franciscano, arzobispo de Tebas, dice: «Para este obispado de Arequipa me parece digno acreedor y benemérito fray Miguel de Pamplona, misionero capuchino, propuesto por el Gobernador y Presidente de la Cámara». Fray Miguel consultó con su Provincial sobre aceptar o no tal obispado, a lo que respondió afirmativamente aunque era una pesada cruz, tal como escribía él mismo al Sr. Gál- vez, Aceptó la cruz, recibió ayuda del rey para su viaje y se consagró en Río Janeiro. Era consagrado obispo en la ciudad carioca el 30 de junio de 1782. De allí pasó a Buenos Aires para seguir viaje al Perú, a lomo de mula, con sus 64 años a cuestas, lle- gando a la sede de Arequipa el 22 de febrero de 1783. Ca- balgaba a tal velocidad que la comitiva andaba mal para seguirle. Se hospedó en el convento de San Francisco y tomó posesión de su diócesis el 3 de marzo de ese mismo año, después de haber visitado todo el escenario de la guerra, para informar al rey de los abusos de unos y otros. «Ahora sé —le dijo Carlos lll al despedirle— que sabremos la verdad de cómo queda aquello, pues tú no tienes otro interés que el de decirla». España se hallaba en guerra con Inglaterra. Necesitaba ss

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