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Pedro Francisco cursó la instrucción primaria, dada por un maestro de los que en aquel tiempo eran habilitados por la Diputación de Navarra. Habiéndola terminado, nuestro biografiado se dedicó a las faenas del campo y al pastoreo hasta los 19 años. En las noches de invierno leía junto al fuego libros que aún se conservan en manos de sus parientes. He aquí sus tí- tulos: «Maravillas del Smo. Sacramento», por Antonio Pons, editado en 1612; «Compendio histórico de la Religión», por José Pintón, edición de 1780; «Finezas de la Virgen María, > sg para cada día del año»; «Reflexiones sobre el Evan- gelio»... Se hallaba próximo a cumplir los 19 años y se decidió a estudiar la Gramática Latina, declarándose como aspiran- te al sacerdocio, para lo que se traslada a la villa de As- purz, donde funcionaba una preceptoría de latín dirigida por el párroco, que preparaba alumnos para el seminario dio- cesano. En las vacaciones de 1828, nuestro estudiante trabajaba con sus hermanos y su padre en el campo. Su ocupación había sido más bien la de pastor y por eso andaba un poco torpe. Un descuido, y una de las layas se le clavó en un pie causándole una herida de poca importancia. Tiró las layas desdeñosamente, pidió permiso a su pa- dre, y se dirigió a Pamplona, no al seminario diocesano, sino al convento de Capuchinos Extramuros, a cuyos predi- cadores había visto en la basílica de Santa Fe, en la fiesta >. 6 de octubre, a la que asiste todo el valle de Urraul to. Admitido al noviciado en el convento de Cintruénigo el 28 de noviembre de 1828, vestía el hábito capuchino y to- maba el nombre de Fr. Esteban de Adoáin. Esteban es nom- bre del diácono predicador y luchador. Y el nombre, según Van der Meerch se nos da en proporción a nuestras cua- lidades y defectos. En aquellos tiempos, Navarra no tenía misiones en el exterior. La de los motilones, que había sido confiada a los 0 ar en 1749, les fue quitada por el obispo de Mé- rida (Venezuela) con la excusa de que podía regirla con sacerdotes diocesanos, pues los motilones estaban ya ci- vilizados y vivían en poblaciones. En 1821, con la guerra de la Independencia se perdió todo. Los motilones volvie- ron a la selva y no quedaron apenas capuchinos en el país. Quedaba, no obstante, el recuerdo de los grandes mi- sioneros, Fr. Francisco de Pamplona, antiguo barón de Bi- gúezal, fundador de las misiones en Venezuela, y los capu- chinos mártires en esas misiones, PP. Manuel y Javier de Tafalla y José de Sumbilla. RETRATO DE FR. ESTEBAN DE ADOAÍN He aquí el que probablemente diseñó su compañero de noviciado P. Camilo de Cirauqui: «Era el año 1829, a me- diados de noviembre... cuando la misericordia divina se sirvió conducirme al convento de Cintruénigo, noviciado de los capuchinos, bajo la dirección del P. Javier de Legaria, varón verdaderamente espiritual. Pasarían quince o pocos días más, cuando apareció en el noviciado un joven gallar- do, Pedro Francisco, del mismo año que yo (1808), blanco pra YO
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