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de 1804, accediendo a los deseos de Carlos IV, pero indi- cando que ya que las órdenes religiosas españolas habían prestado grandes servicios a la Iglesia, les concedía un Vi- cario Apostólico con independencia del Superior General, y además que, en forma alternada, el Superior General fuese español con residencia en España, y en otro período fuese extranjero con residencia en el exterior. El P. Esteban vio claramente las dificultades de este sistema, y se declaró decididamente por la unión con Roma y la supresión del Vicario Apostólico que podía ser hechura de los ministros enciclopedistas. Hubo un momento en que el Vicario Apostólico se negó a publicar en España una carta del Superior General, y el P. Esteban, con toda su energía se enfrentó con él y le dijo que si no publicaba dicho documento estaba dispuesto a ir a Roma a dar a conocer el atropello, con lo que con- siguió que la carta se publicara. El propio Papa León Xilll le animaba a proseguir este rumbo y el misionero consiguió que su criterio se impusie- ra en 1880, si bien después de haber fallecido. ULTIMOS DIAS Aunque el apóstol se movía por toda España, su con- vento de residencia era Sanlúcar. Seguía en su tarea de darse a los demás. Su carácter era llano, simpático, amigo de todos, ricos y pobres, pero en él se veía una gran pre- ferencia por los barrios de Sanlúcar, donde vivían obreros y emigrantes en busca de trabajo. Los sanluqueños lo lla- maban «el Santo». En el mes de mayo de 1880 el P. Comisario General le suplicó que predicase la novena de la Divina Pastora en Sevilla. La salud del P. Adoáin no estaba para lujos. He aquí sus palabras: «Desde que padecí las fiebres en 1879, se me han quedado los pies y las piernas hinchadas hasta las rodillas; me veo en la necesidad de llevar medias». Todo esto lo sabía su Superior, pero las peticiones de ciertos caballeros de Sevilla, grandes bienhechores del con- vento, hicieron lo demás. Consumido por la fiebre, se puso en camino el P. Es- teban, acompañado de los padres Saturnino de Arjona y Leonardo de Destriana, que le ayudaron en la tarea del con- fesonario. Los sermones del misionero no eran como en otros tiempos, pero el fruto espiritual fue extraordinario. A su regreso el P. Adoáin era un cadáver ambulante. Sin embargo su voluntad era más poderosa que su salud y si- guió durmiendo en cama de tablas cubiertas con una ligera colchoneta hasta su muerte, y haciendo una que otra es- capada al coro, para visitar a su amigo el Divino Maestro. Cosas dignas de admiración, pero difíciles de imitar. Son almas privilegiadas, como Francisco de Asís o Francisco Ja- vier, que tienen sometido su cuerpo a su voluntad y se desprenden de él suavemente, como un nudo que se desata. Después de recibir los Santos Sacramentos, decía esta letrilla eucarística, que había repetido por Hispanoamérica: Mi Jesús, mi dulce amado, creo en Vos, en Vos espero; más que a todo os amo y quiero; me pesa de haber pecado, por ser Vos el agraviado.
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