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dad máxima, olvidándose de sí mismo, y dándose a los súb- ditos y a la restauración de los conventos, restableciendo las comunidades de Arenys de Mar, Montehano, León, Ma- samagrell, Valencia. Sin perder tiempo, se dirigió a Bayona, a fin de buscar más personal, pues había facilidades para entrar en Pam- plona. El día 1 de agosto se hallaba en esta ciudad reci- biendo la visita del obispo, de los canónigos y clero dio- cesano, que acudió de todas partes. En el sermón del P. Es- teban no hubo la menor alusión a la política española o a su expulsión, a pesar de que el regreso y la expulsión coin- cidían en el mismo mes de agosto, 1834-1879. Desde ese día los capuchinos ocupaban su antigua casa, como un colegio de misiones, tal como lo había planeado el misionero navarro. A pesar de sus achaques, y de llevar las piernas vendadas por prescripción médica, era atento con todos; quería educación en sus súbditos, y en fecha 19 de agosto de 1877 escribía al P. Comisario de España: «Si el Hermano Lego, que quiere enviarme, es el ya refe- rido Fr. Bernardo, es mejor que no me lo envíe; no sirve para cocinero, ni portero, ni limosnero, por ser rústico en sus modales». Fuéle imposible rescatar el convento de Zaragoza, La Cogullada, hoy día Instituto Agrícola. Habló con el arzobispo y todo fue infructuoso. Tardarían los capuchinos 40 años en llegar a Zaragoza. REGALISMO Y REGALIAS La residencia del P. Adoáin era el convento de Sanlú- car, y a él se dirigió desde Pamplona para rescatar la casa de Andújar con otras de Andalucía, por recomendaciones de la reina Isabel !l. El ataque del misionero iba dirigido contra una institución que había progresado con engaños. Su autor había sido el cardenal Luis de Borbón, hermano de Carlos lil, delegado pontificio, que tenía tres cuartas partes de Borbón y una cuarta parte de cardenal. Desde el año 1804, las órdenes religiosas en España for- maban una jerarquía nacional, casi independiente de los su- periores de Roma. Existía un Comisario Apostólico de Es- paña, con el que se resolvían los asuntos, sin consultar para nada a los superiores generales. Menéndez y Pelayo califica a esta situación de cismáti- ca. Desde Carlos lll se quería imponer a las órdenes reli- giosas los 395 artículos por los que se reducían los com- ponentes de los institutos religiosos a la condición casi de funcionarios del Estado, obteniendo para eso «que todos ten- gan un Superior mayor dentro del reino», «para que tengan amor y celo por mi servicio y por el bien de la patria». Se veía la mano del enciclopedista Floridablanca. Los mi- nistros de Carlos IV más adictos al filosofismo francés, ini- ciaron la idea de separación de Roma de las órdenes reli- giosas, dirigiendo el rey una carta al Pontífice Pío VII, en la que le indicaba que para desarraigar abusos entre los religiosos españoles, se les diese vicarios propios, indepen- dientes del Superior General de Roma. Pío VII delegó al cardenal de Toledo, Luis de Borbón, con cargo de Visitador General, para inspeccionar los conventos y asesorar a Roma. El cardenal, futuro miembro de las Cortes de Cádiz, informó favorablemente la propuesta del rey, y, en consecuencia, Pío VII dictó la Bula Inter Graviores de fecha 15 de mayo is

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