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felices, el destierro de otros y la salvación de los dirigentes. Y esto, dicho con pleno convencimiento por un predi- cador de talla más que regular, 1,80 metros, voz potente, aspecto sonrosado, barba blanca, que de joven fue rubia, gravedad y modestia excepcionales, junto con la sencillez de un niño, y una gran compasión hacia los demás. No es extraño que con estas dotes vibrasen los andaluces a las palabras del misionero navarro, que a los 70 años, mostra- ba energías inusitadas. Había en él una nueva fuerza, pues se había restaura- do la Orden Capuchina en España, aunque sus miradas eran llegar cuanto antes a Pamplona. Hoy por hoy, había que con- tentarse con lo ya conseguido, aunque el sol le había sa- lido por Antequera. Siguiendo el itinerario de sus misiones, podremos decir que las hacía coincidir, en lo posible, en ciudades donde había existido una casa de la Orden, y así le era más fácil conseguir su adquisición. Desfilan los nombres de Sanlúcar de Barrameda, Chipio- na, Cuevas Altas, Jerez, Lebrija, Sevilla, Utrera, Ecija, Car- mona, Aracena, Marchena, Paradas, Lora del Río, Fuentes, etc. Se prestigió así como Pacificador de Andalucía, y con- siguió llegar a su querido convento de Pamplona en 1879. Estando para terminar la misión de Sanlúcar, se le acer- có el alcalde de la ciudad para advertirle qjue habían acu- dido los más intransigentes cantonales. En Sanlúcar eran unos cuatro mil. Siguió la segunda parte de la misión en el templo de Santo Domingo, el más espacioso de la ciudad. Al termi- narse el acto se acercaron muchos revolucionarios al ca- puchino navarro. Eran los mismos que habían fusilado las imágenes santas en el castillo de la ciudad, Hombres ausentes durante veinte o treinta años de los Sacramentos, encontraron su rumbo junto al P. Adoáin que se guiaba por el consejo de San Francisco de Asís: «No hay madre tan compasiva con su hijo, como lo debemos ser con nuestros prójimos». Después de los desmanes y fusilamientos venía alguien totalmente neutral que hablaba palabras de amor y de perdón. ¿Qué atractivo existía en este septuagenario que atraía lo mismo a los americanos, a los navarros, montañeses ribereños, vascofranceses y andaluces? Bien está que mitamos una vida santa; pero eso sería un perpetuo milagro. ¿Podremos admitir algo de magnetismo“al servicio de lo di- vino? Es posible, y Dios se sirve de todo. El P. Esteban recogía los frutos, obteniendo una Real Orden por la que recobraba la casa de Sanlúcar. POR LOS CAMINOS DE ANDALUCIA Siguiendo el rumbo fijado de sus misiones, empezó la de Sevilla, ciudad en que también se había proclamado la república cantonal, con todas las consecuencias de la de- rrota, muertes y destierros. Es el 8 de marzo de 1878. Su ro es el incondicional P. Saturnino de Artajona. Realizóse la introducción con el desfile de la Divina Pas- tora, tan apreciada por los sevillanos, ya que en dicha ciu- dad había sido instaurado su culto por el P. Isidoro de Se- villa. La misión fue predicada en la parroquia de San Ju- ic
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