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AAA PEO CA a MO nto MEA ATA UANL pa e OR E ALA 1 or En la travesía fue tratado finamente por la tripulación, cuá- quera en su mayoría, cuyo capitán pertenecía a la Liga de la Templanza, fundada por el capuchino irlandés P. Teobaldo Mathew. En La Habana habló con el capitán general, el obispo y otros prohombres. El capitán general le indicó que enviase un Memorial a Madrid, asunto muy difícil, ya que habían sido expulsados de España. Pensó en irse a México, país de grandes tradiciones franciscanas, pero que no tenía estabilidad política. No era buen ambiente el de las cuar- teladas. El P. Adoáin desistió de su proyecto y se dirigió a San- tiago de Cuba, donde era arzobispo el futuro San Antonio María Claret, antiguo confesor de Isabel Il, la cual más tarde favorecería al P. Esteban en España en su tarea de restau- rar la Orden Capuchina. Su actuación en La Habana duró poco tiempo. El 19 de abril estaba en Santiago de Cuba, y el P. Claret lo recibió con amables palabras, después de abrazarle: —«Desde hoy mismo será mi misionero y mi familiar: no tendrá usted asignación alguna, pero sano o enfermo será usted tratado como yo, y desde hoy empezará a trabajar». Esta fue la orden del P. Claret que fue repetida a sus servidores; pasados algunos días, preguntó al P. Esteban cómo lo trataban, y el P. Adoáin contestó que muy bien; pero un día en que le sirvieron para desayuno un chocolate aguachirle, dijo el P. Esteban: —«Monseñor, en días pasados me servían desayuno de chocolate episcopal; pero hoy el chocolate era como su apellido, Claret, Claret». La situación moral en Cuba la describe así el goberna- dor general: Había escasez de clero; la dotación de los pá- rrocos era mezquina; pocos jóvenes querían seguir la ca- rrera eclesiástica; por eso los prelados echaban mano de lo que se presentaba. «Carece de instrucción y pasto espiritual no sólo la población esclava, aglomerada en ingenios y fá- bricas, sino la gente libre, blanca y de color; que una buena parte de ella nace, vive, se enlaza y muere, sin tener quién la bautice, case, ni entierre...». Los emigrantes dejaban mu- cho que desear. Desde 1842 al 1846 hubo en La Habana 120.182 bautismos. De ellos, 52.108 de niños ilegítimos. : En el mismo período, en la diócesis de Santiago de Cuba se celebraron 41.167 bautismos; de ellos, 22.517 de niños ilegítimos. Esta situación no sólo afectaba a la raza negra, sino también a la blanca y especialmente a los em- pleados del estado español. El P. Claret reclamó al gobierno de Madrid, pero todo fue inútil, pues las autoridades de la isla se cambiaban frecuentemente. Desde 1812 a 1854 hubo 18 gobernadores. El P. Claret y el P. Esteban hubieron de luchar contra la plaga de los amancebados, como San Francisco Javier en la India con los portugueses. «Ningún país cuenta, en proporción a su población, tanto número de niños abandonados, decía el general Concha, lo mismo de la clase blanca, como de las de color, a causa de las relaciones ¡legítimas». El deseo de remediar tal situación acarreaba disgustos a los dos amigos; a esto debe añadirse el clima en el que encontraron la muerte tres compañeros de nuestro mi- sionero, lo que desanimó a los de Venezuela, que prefirie- ron emigrar a Guatemala. Existía la sociedad secreta, «Soles y rayos de Bolívar», de ambiente separatista. Y en 1850 el general español Narciso López desembarcó en Cuba con 7 A

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