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A 3. Que, si publicada esta orden, no obedecen, quedan los corregidores facultados para arrestarlos y presentarlos a los misioneros. 4. Cualquier indio que venda sus cosas o las de su chocita, sin nuestro consentimiento, será puesto en el cepo, y no se le soltará, hasta que manifieste quién es el com- prador; y éste, siendo blanco, pagará dos pesos de multa. 5. Que ninguno tendrá indios, con pretexto de educarlos, sin nuestro permiso. 6. Que todos los que quieren tener indios para su ser- vicio, acudirán a los misioneros, para que les concierten y sepan lo que cada indio gana al mes o al año. 7. Que todo indio desde el momento que se convierte, Ss sujeta a la ley, y goza de las garantías de todo ciuda- ano. Esto le acarreó la amistad del indio y la animadversión de los blancos. Como remate de la acción cristiano-social, el P.. Esteban llamó a los corregidores y les animó a la construcción de tres pueblos para que los indios no vivieran aislados. El mismo vigilaba el corte de los árboles, su transporte y la construcción de las casitas, dividido el trabajo por brigadas, haciendo el oficio de arquitecto, de capataz y de jefe. So- ñaba en unirse con los demás misioneros y extender el mismo programa por la provincia del Apure, de 76.500 kiló- metros cuadrados, valiéndose de que gran parte de ella se hallaba misionada por conocidos. Esto sería el maximum, pero también le acarrearía la antipatía de los comerciantes blancos, que no pararían hasta expulsar a los capuchinos de Venezuela, aunque reconocían su buen trabajo. Para que los nativos vivieran como los europeos en los pueblos, era necesario vestirse como ellos. Les exhortó a que le entregaran todo lo que producían en artes manuales y tejidos, especialmente las hamacas o chin- chorros, muy buscadas aún por los blancos; él mismo las vendería en la ciudad y compraría telas, y otras cosas ne- cesarias en abundancia, estableciendo un gran depósito en la misión, a modo de cooperativa, y vendiendo las existen- cias a precio de costo, acabando con la usura de los blancos. Mientras tanto, el P. Adoáin y su compañero sufrían hambre y privaciones. Frutas silvestres y raíces eran su alimento, y esto les perjudicó muchísimo. Los indios chiricoas, al enterarse del programa económico- social, enviaron un mensajero, Francisco García, que hablaba castellano, para indicar a los misioneros que también ellos querían acogerse al gobierno de los misioneros. El P. Adoáin recibió al mensajero, nombrándolo goberna- dor de la tribu chiricoa, prometiéndoles una visita. Mientras tanto, ellos debían cortar árboles, prepararlos para construir casas, y organizar pueblos. Además les indicaba que debían detener a todo el que vendía aguardiente u otra mercancía sin un documento escrito con la firma de los misioneros. Si el comerciante se negaba a obedecer las órdenes, debían embargarle su mercancía y llevarlo preso a la misión. PROYECTOS Y FRACASOS Seis días duró el viaje fluvial para visitar al gobernador de la provincia, y en esos días sufrió la falta de alimentos y las picaduras de los mosquitos del trópico, que le qui- 7
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