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Entre tales obras destacaba el convento de capuchinos, sobre una superficie inicial de 18.095 m?, que confiaba por entero al patronato, con exclusión de cualquier otra persona, de modo que «mientras hubiera hacienda del dicho Gabriel de Amasa, ninguna persona ponga mano en él, y es su voluntad que... gasten en él su hacienda lo que fuere menester... para la fábrica de dicho convento, la cual se prefiera a todas las demás obras pías». Estas cláusulas, tan favorables a la nueva funda- ción, iban a resultar constante fuente de discordias, ya que nunca se miró bien la disminución de las rentas anuales de otras obras pías para colmar las necesidades del convento. Además las distribuciones hechas por los patronos fueron mu- chas veces contestadas, hasta intervenir el consejo real del reino. En general, todo fue bien mientras se mantuvieron en alza los ingresos y las rentas. No tanto, cuando por diversas contin- gencias sociales fueron disminuyendo. Esto no lo previó Amasa en su testamento. Cuando no llegasen las suyas, ¿cómo impedir que otros bienhechores ofreciesen ayudas al convento? Se mantendría el patronato, pero serían los religiosos quienes tendrían que pechar con los costos de obras extraordinarias, de modo que puede afirmarse con absoluta seguridad que, con- tando siempre con el consentimiento del patronato, los capu- chinos han tenido que realizar por su cuenta obras de estruc- tura y de conservación por cantidades muy superiores a las provenientes del mismo patronato. Esto no quiere decir que los religiosos no estén reconocidos al mismo. Al contrario, le reconocen que ha cumplido su misión du- rante varios siglos según la voluntad del fundador; aunque desde principio de siglo XIX, con gran penuria de medios, al rebajarse los bienes fundacionales y rebajarse las rentas. El fenómeno ha sido común a muchas obras benéficas, tanto que el estado español dio normas concretas para absorber a dichos patronatos. El día 23 de diciembre de 1965 el ministerio de gobernación dictaba orden de refundición del patronato de Amasa con otras 43 fundaciones de Navarra en una sola que se denomina «Agregación de fundaciones benéfico-particulares de la provincia de Navarra». Fenecido el patronato, es la junta provincial de beneficencia social la que vela por el cumpli- miento de los fines de la fundación y administra los pequeños bienes que subsisten todavía desde la fundación. Es obvio que la propiedad de los solares originarios, como iglesia, convento y huerta adjunta, fue primero de Gabriel de Amasa, luego del patronato para sus obras pías y ahora de la junta provincial. Los capuchinos incapaces en siglos pasados de registrar nada a su nombre y huyendo de toda apariencia de propiedad, han sido sólo usufructuarios de dichos bienes; prestos a cumplir el pre- cepto de Francisco de vivir siempre como «peregrinos y ex- tranjeros» sin casa, ni lugar ni otra cosa, considerada como propia. Junto a la fundación de Amasa existe otro hecho concomi- tante que no es posible relegar al olvido. La fraternidad de capuchinos creció con rapidez en religiosos y ministerios. El espacio del cenobio resultó muy reducido. Por esta razón, Francisco de Fontanilla, duque de San Germán, virrey y capitán del reino de Navarra, compró una huerta a la otra parte del río, en la vuelta de Aranzadi el 13 de julio de 1665 y la donó a los religiosos. Este solar de 13.290 m* no quedó englobado en el patronato de Amasa, a no ser en algunos momentos turbulen- tos, como durante la exclaustración del siglo XIX. Así se consi- guió una huerta amplia. suficiente para una comunidad nume-

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