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representado en la cabeza del reino por los franciscanos y por las clarisas. Ambas familias habían echado pujantes raíces vi- viendo todavía el pobrecillo itinerante Francisco de Asís. Impo- sible volver aquí al período legendario del franciscanismo en Navarra (1213-1226). Resulta más fácil documentar la protohis- toria (1226-1262) con las fundaciones de Pamplona, Olite, Tu- dela, todas antes de 1237, y más tarde las de Sangúesa y Estella. Dichos conventos vivirían sometidos a la provincia de Aragón, aunque con cierta independencia en forma de custodia, hasta que fue agregada a la provincia de Burgos por los mismos tiempos que se consumó la incorporación del reino de Navarra a la corona de Castilla (1512-1521). El convento de Pamplona fue formado por la observancia; pero el siglo XVI conoció nuevas reformas. La capuchina penetraba con grandes contra- dicciones en Cataluña en 1578 y desde el principado se extendía a Aragón y a Navarra. La aparición de esta nueva familia fran- ciscana en Pamplona tenía lugar a principio del siglo XVII y ponía los pies en la cabeza del reino, no sin peripecias. Estos religiosos llamativos por sus barbas desmelenadas e hirsutas, por sus hábitos descoloridos y lanudos y por sus pies descalzos tuvieron en Pamplona buenos valedores; pero no fueron suficientes para asentarlos en la ciudad. La fundación fue posible sólo con la ayuda prestada por el ayuntamiento de la ciudad, el valimiento de las cortes del reino y los ducados de don Gabriel de Amasa. Se da como fecha del emplazamiento del convento en el solar actual el 10 de julio de 1606. En años sucesivos fue madurando la fundación definitiva entre las auto- ridades pamplonesas, el patrono Gabriel de Amasa y los supe- riores de Cataluña y de Aragón, sobre todo, del Padre Hilarión de Medinaceli. Los antepasados del patrono procedían sin duda del pueblo guipuzcoano de Amasa, aunque una línea se hubiera establecido en Lesaca hacía tiempo. Gabriel pidió al Consejo de Navarra ejecutoriales de nobleza y se le declaró hidalgo por línea paterna y materna, como descendiente de la casa-solar de Amasa en Lesaca por su padre y del palacio de Zabaleta (Le- saca) y de Ibarioro (Sara) por parte de madre. Bien por herencia, bien por propia industria, Gabriel de Amasa había conseguido una subida fortuna, de las más pin- gúes entre la nobleza nueva del reino. Fijó domicilio en Pam- plona, donde eran conocidas su casa y sus tiendas. No fue tan afortunado en su triple matrimonio con María de Linzoáin, María de Zabaleta y Magdalena de Azpilcueta. Su único hijo falleció pronto, y la casa comenzó a tambalearse. La solución llegaría destinando la fortuna a obras benéficas. Al morir Amasa en 1634 se le calculó una hacienda de 83.392 ducados entre censos, rentas a cobrar, bienes raíces y cuentas con varias personas. Amasa redactó un testamento muy minucioso, en el que insti- tuía una junta de patronato para administrar todos sus bienes, sobre todo los separados para dichas obras socio-benéficas. Esta junta del patronato estaba compuesta por dos bloques: el familiar, que no intervino demasiado en la evolución del mismo, y el testamentario o de oficio, compuesto por el alcalde y primer regidor de la ciudad y por el prior (deán) del cabildo catedral; tenía secretario, administrador y otros oficiales, y en los archi- vos abundan pleitos en torno a dicho patronato. Las obras instituidas en el testamento de Amasa fueron las siguientes: El convento de capuchinos, los niños de la doctrina cristiana, crianza de los niños expósitos del hospital, casamiento de huérfanas, redención de cautivos, conservación de casa y bote- gas, diversas capellanías, acompañamiento del santísimo sa- cramento en la parroquia de San Juan de Pamplona y en la de Lesaca y otras menores.
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