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Pamplona posee excelentes miradores para contemplar la llanada del lado norte y la crestería de los montes vecinos. El río Arga pasa fertilizando dicho valle y ciñendo las murallas; aun- que en un buen tramo las abandona, desairadas, y se aleja de ellas; más o menos desde el primer puente viejo de la Magda- lena hasta el recodo más adentrado de la Rochapea. Se le interpone de siempre la colina del Redín, que obliga al río a discurrir por otro curso, formando un anchuroso rodeo. Desde el mismo comienza a descubrirse en perspectiva nueva los baluartes, la maciza corpulencia de la catedral, los palacios asomados a la muralla y las torres ya adentradas en la ciudad. Gracias a este rodeo consigue formar como una gran isla de tierra privilegiada, llamada desde tiempo inmemorial la vuelta de Aranzadi. Invitamos al lector a que se asome a dichos mirado- res: al de la Taconera, al del museo de Navarra, a los del Redín o a los más alejados de la Media Luna. Le invitamos también a que borre, a fuerza de imaginación y fantasía, el denso cinturón de urbanizaciones que parte del primitivo pueblecito de Burlada y llega hasta el puente de Miluce. Así habrá conseguido devol- ver a la llanada su imagen primitiva de huertas, arboledas y casas de campo. Esta estampa queda recogida aún con sor- prendente realismo en las fotografías aéreas de 1928, que se conservan en el Archivo general del reino de Navarra. Mirando desde los balcones del Redín, en línea recta hacia las canteras del monte San Cristóbal, sobre el punto más lejano de la ribera del Arga, iba a erguirse a principio del siglo XVII el convento de capuchinos extramuros de Pamplona. GABRIEL DE AMASA Y SUS OBRAS BENEFICAS Pamplona era «pueblo de pequeño recinto, ceñido de mura- llas y sin arbitrio para darle extensión». Albergaba dentro de los muros cuatro notables parroquias y seis conventos, sin contar las clarisas de Santa Engracia, los trinitarios de Jus la Rocha y las agustinas de San Pedro de Ribas. La aparición del nuevo convento no provocaría suspicacias, ya que iba a ser emplazado en un lugar solitario como un eremitorio. El franciscanismo era un hecho bien conocido en Navarra desde el siglo XIll y estaba a Na

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