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de la virgen en mayo, del Sagrado corazón en junio o de las almas por noviembre, amén de los primeros viernes de mes o devociones propias de los pueblos. Esta presencia ministerial nunca pasa a la historia, sin embargo ha sido muy efectiva para la religiosidad de nuestros pueblos, sometidos en los tiempos actuales a tan honda transformación. ENTRE MINISTERIO Y ACCION SOCIAL La restauración se produjo en un momento de gran ebulli- ción ideológica, con abundante orientación teórica de la jerar- quía eclesiástica, sobre todo a base de encíclicas y pastorales sociales. Por otra parte, la renovación cristiana fue centrada por los Papas en la Orden Tercera de San Francisco o fraternidad seglar franciscana como se le llama en la actualidad. La orden franciscana se vio embarcada en una empresa muy comprome- tida. Los religiosos de Pamplona aceptaron este encargo con alborozo y gastaron en el empeño fuerzas insospechadas. Una reseña publicada en 1950 en el libro «Fecunda Parens» recoge bien las metas perseguidas y el camino recorrido en esta inicia- tiva de renovación cristiana. No sólo fue implantada en todos los conventos, sino en multitud de pueblos de los correspon- dientes distritos conventuales. En el convento de extramuros se creó una junta regional para coordinar todo el movimiento y preparar la celebración del congreso nacional de Madrid de 1914 al que acudieron del distrito de Pamplona 118 congresis- tas. En plan modesto, pero más familiar y práctico, se organizó desde extramuros el congreso regional de 1921, gracias a la actividad de los Padres Gumersindo de Estella y Gabriel de San Sebastián para los sectores castellano y euskera respectiva- mente. Este congreso publicó su Crónica muy voluminosa con el texto de las ponencias y resumen de las comunicaciones, que marca un hito para el estudio del momento sociológico de la vida religiosa en Navarra y en Pamplona. Pero más que las mencionadas celebraciones oficiales parece que es necesario atender a la vida soterrada y humilde de estas fraternidades terciarias para pesar la vivencia evangélica que inyectaron en los pueblos. En muchas estuvo al frente el mismo párroco, ya que hubo sacerdotes que se entregaron con confianza a la vivencia del programa franciscano. En 1902 se atendían desde Extramuros 22 hermandades con 4.840 terciarios. Con motivo del congreso de 1921 se contaba varias docenas de hermanda- des con 5.868 terciarios. Todavía fueron en aumento, llegando a contarse 37 hermandades, 25 de lengua castellana y 12 de euskera. Parece que el movimiento se ahogó en su misma exuberancia, al no recibir una atención continua y esmerada, que no podía ser prestada desde la lejanía del convento, su- puesto que la iniciativa pontificia no fue asumida comprometi- damente por otras esferas eclesiásticas. La hermandad de Pam- plona, sin olvidar a la que existía en la iglesia de San Cernin superviviente del antiguo convento de San Francisco, estaba integrada por personas de la ciudad, que se desplazaban cada cuarto domingo de mes a celebrar sus cultos; desde 1940 se creó la del convento de San Antonio en Carlos lll, por lo cual la hermandad inicial se quedó reducida a los castizos de extra- muros, pasando durante estos últimos años por grandes altiba- jos, como todos los movimientos eclesiales. La necesidad de atender con realismo a la Orden Tercera obligó a los religiosos de extramuros a cultivar los estudios sociales y a estar pendientes de los fenómenos evolutivos de la ciudad y de los pueblos. Sobre todo, a partir de la migración interior hacia la ciudad, que ha transformado hasta la médula el 0 PA
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