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reales vellón entre septiembre de 1879 a septiembre de 1884.. Es claro que se trató del primer empujón para habilitar el convento. En momentos posteriores se realizaron obras muy importantes en el mismo, así a principio de siglo para igualar y acomodar los tres tramos de que constaba la fachada sur; en 1917 las obras de la fachada de la portería por Erroz y San Martín por un valor de 11.041,46 ptas.; en 1956-7 un vasto complejo de obras para colegio de teología con celdas y clases en la fachada sur, asi como biblioteca, frontón cubierto en el norte, con otras depen- dencias, galerías, etc. Esta obra realizada por Huarte y Cía. fue muy abultada y la pagó por entero la orden capuchina. Se puede afirmar con verdad que a partir de la restauración ha sido esta entidad quien ha cargado moralmente con todos los costos en los cuatro momentos más importantes de reparación del inmueble, contando siempre con el permiso del Patronato de Amasa, y en algunas ocasiones y para decisiones menores quizá sin el permiso del mismo. En 1967-68, se transformó por com- pleto toda la iglesia, no dejando en pie más que los muros de la misma. La restauración no pudo efectuarse sin una intervención directa de la corte y del gobierno. Es verdad que varios aconte- cimientos del siglo XIX parecían favorecer la posibilidad de abrir las puertas a los religiosos, pero nunca acababa de cuajar esta medida. El primer permiso para Pamplona fue dado el 20 de febrero de 1879. Con dicha fecha comunicaba el ministro Alva- rez Bugallal al obispo de Pamplona la autorización de la reina Isabel Il. En instrucciones posteriores se reglamentarían varios extremos. Se permitía la apertura como «Colegio de misioneros para Carolinas, Marianas y Palaos»; así ha rezado una placa de mármol colocada sobre la puerta de entrada hasta nuestros días, en que una piqueta insconsciente la hizo pedazos. Con posterioridad siguió este centro lo preceptuado para los simi- lares a fin de asegurar la restauración. Todavía el 10 de abril de 1900 el ministro de Gracia y justicia pedía informes al obispo de Pamplona a fin de reconocer la existencia legal en España de los capuchinos, que hacía unos 20 años que estaban estableci- dos y poseían 31 conventos. Desde la vertiente interior de la Orden la restauración debió seguir un camino no sencillo, sino cargado de dificultades para restablecer la unidad ¡jerárquica con los superiores romanos, proceder a la división de provincias religiosas (Provincia de Aragón, de Navarra-Aragón, de Navarra- Cantabria-Aragón) denominación que se adoptó en 1907 con la agregación de los conventos de Lecároz y de Fuenterrabía. Durante las dos últimas décadas del siglo adquiere esta situa- ción jurídica interna perfiles muy peculiares en torno a la figura indiscutible de la restauración, el Padre Joaquín María de Lle- vaneras. Pero esto es harina de otro costal. UNA INSTITUCION COMPLEJA EN PLENO SIGLO XX Desde el momento de la restauración el convento de extra- muros reafirmó su fisonomía provincial, bien porque comenza- ron a formar en el mismo los nuevos candidatos a la Orden y los novicios, bien porque se empezaron a impartir cursos de filoso- fía y teología. Por sus aulas fueron pasando estudiantes de las más diversas regiones de España. Por otra parte, desde este convento se atendió al ministerio de todo el reino de Navarra. La comunidad de extramuros envió buen personal al lejano oriente y a las islas de Oceanía. Se trataba de un convento, foco potente y complejo de vida religiosa en muchas vertientes. Al erigirse en 1900 la provincia de Navarra-Aragón se fueron delimitando los ión

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