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de 1821 llegaba el oficio del señor obispo de Pamplona con la relación de los conventos suprimidos y la dependencia directa de los obispos, sin superiores mayores propios. Parecía que el convento podría capear el temporal para seguir existiendo, pero el jefe constitucional de Pamplona decidió clausurarlo, dando un término de cuatro días. Les dio pasaporte personal y los religiosos iniciaron la nueva desbandada. Algunos pudieron permanecer en la Trinidad de Arre, gracias a la acogida de la cofradía y a la colegiata de Roncesvalles. Dejamos al lector que refresque la historia general, con la intervención francesa para ayudar al monarca Fernando VII. El ejército francés inició el bloqueo de Pamplona por el mes de abril de 1823; los habitan- tes se defendieron con heroismo. Pero ¡qué ideales más dife- rentes, comparados con la guerra contra la Convención! En esta ocasión sufrieron de nuevo desolación y muerte los barrios extramurales; el convento, ocupado p r los franceses salió muy mal parado; por el mes de septiembre, lo encontraron los primeros frailes medio quemado. De nuevo la historia de la reedificación, de la prohibición del jefe de ingenieros para continuar las obras y las gestiones del Padre Ignacio de Larraga que hizo valer el decreto real de reconstrucción de 1815 para esta nueva de 1824. De nuevo contribuyó a la reparación el Patronato Amasa, pero sobre todo los pueblos de la montaña «que nos socorrieron con mucho maderamen de sus montes». La mano de obra corrió en buena parte por cuenta de los mismos religiosos que encallecieron sus manos en el trabajo. WAR Guardianes como los Padres José de Cervera, Esteban de Vera, José de Los Arcos y Ramón de Murieta gobernaron el timón del convento en estos últimos trienios antes de la ex- claustración definitiva. Se trabajó con ilusión por devolver al convento su antiguo estado; incluso para mejorarlo. Se estre- naron barco nuevo, noria, dependencias, altares y retablo ma- yor. En 1830 era saludado el nuevo obispo Don Severo Andriani, «de carácter franco, laborioso, y afecto a nuestra Orden». Los religiosos no perdían contacto con la ciudad. La asociación de caridad de las cárceles reales de Pamplona pedía que se hicie- sen cargo de la educación cristiana e instrucción moral de los presos. El ofrecimiento fue aceptado y así se explica la inter- vención del jovencísimo Padre Esteban de Adoáin, disciplinán- dose ante un preso irreductible. El «Libro de anotaciones» del convento termina con esta frase: «El 29 de septiembre de este mismo año murió el Rey Fernando VII...» dejando la frase col- gada, como símbolo de la historia abocada a un precipicio. La exclaustración liberal de 1835 fue la más larga, radical y dolo- rosa. Afectó a la entraña de la vida religiosa del convento de extramuros, ya que los religiosos tuvieron que abandonarlo por más de cuarenta años. Se mantenía la estructura jurídica: la demarcación, los superiores provinciales, el superior local du- rante no poco tiempo; pero en realidad los religiosos habían sido derramados a voleo como granos de trigo en campos extraños. Imposible seguir los hilos de tantas vidas. En cambio, esta exclaustración no tuvo sobre el convento los efectos ne- fastos derivados de la incautación del mismo o desamortiza- ción. El patronato de Amasa se hizo acreedor de nuevo en esta ocasión al reconocimiento de los frailes. Aun a costa de en- frentarse con las autoridades y con el mismo gobierno, se lanzó a un duro pleito para defender los solares de su propiedad, salvándolos de la venta en almoneda, aunque no de su fatal deterioro. Incluso veló por la huerta de la otra parte del río, es decir del término de Aranzadi, que no pertenecía al patronato, oo PA
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