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siguiente con el alba, seguía camino hacia Villava. Esta devo- ción del convento al santo arcángel fue arraigando con poder; el celebrado Padre Tomás de Burgui le dedicó una obra monu- mental en dos volúmenes, cuyo original se encuentra todavía en el archivo. De estas raíces surgió la devoción moderna al san- tuario de Aralar, al que durante la primera mitad del siglo XX han acudido los estudiantes del colegio de teología para pasar algunos días de descanso y de cultivo espiritual. El servicio al pueblo tiene todavía detalles variados y a veces insospechados. No nos detendremos en la ayuda benéfica y caritativa a los pobres transeúntes, sobre todo a base de la comida de medio día. Este acto ha constituido durante siglos un verdadero rito. Se cocinaba expresamente para ellos y en nu- merosas ocasiones se alude al utillaje para este servicio, así como a la forma de recibir a los pobres y al trato de los mismos. No es ningún secreto que también por estas latitudes ha habido en tiempos pasados personas que han pasado hambre. El con- vento lo constataba cada día. Más aún, en la mística de la mendicación franciscana ocupaba un lugar preferente pedir para los pobres. Sólo la actual civilización ha convertido la comida caliente por el bocadillo triste y frío. Y no terminaremos este párrafo sin una alusión poco conocida: la piadosa obra de enterrar en la iglesia a los niños pobres. No fue un caso esporádico, sino una verdadera tradición, recogida en los ritua- les. Es necesario tener en cuenta el alto índice de mortandad infantil Lo podían pedir los padres; pero con frecuencia eran depositados sin aviso en la puerta de la iglesia o del convento. En tal caso el religioso encargado debía recoger el cuerpo, ponerlo sobre una mesa con toalla blanca y con flores, en lugar seguro «en el que no pueda entrar fiera alguna». Luego se procedería a la inhumación del mismo. REVOLUCION Y EXCLAUSTRACIONES (1789-1879) Las instituciones religiosas estuvieron pegadas al antiguo régimen como las hiedras a las paredes. La prueba llegó cuando comenzaron a tambalearse dichas paredes, sobre todo, el altar y el trono. La revolución trató de llevar a la realidad el proyecto de sociedad ideado por los ilustrados: proyecto audaz de un hom- bre nuevo a base de ser libre, por encima de las clases privile- giadas. Es conocida la diversa reacción hispánica a este pro- yecto ilustrado y revolucionario. Mirado desde la revelación cristiana, tuvo que parecer un engendro satánico. Por eso, la historia del reaccionarismo español ha encontrado tanto mate- rial en la actuación de los institutos religiosos y del estamento eclesiástico. No podemos aquí seguir ni de lejos la fisonomía de la revolución en España y la incidencia en dichos institutos. Tanto más que en el primer tramo adquiere un colorido muy particular debido a la guerra de la Independencia. Por de pronto el «Libro de anotaciones» de extramuros no destaca hechos especiales durante los años sucesivos a la revolución francesa hasta octubre de 1807. Sólo varios cambios de virreyes, nom- bramiento del obispo Arias, visita del ministro general, Nicolás de Bustillo, último por quien fueron disparadas salvas de artille- ría desde la ciudadela. Diversos detalles denotan, sin embargo, la inseguridad del momento y el cambio social que se imponía. Por ejemplo, la modestia con que se celebró la beatificación del beato Crispín de Viterbo, sin músicas ni convites oficiales. Se pasa por alto los motivos de la implantación del vicario general para los conventos de España, hecho capital decretado por la bula «Inter graviores» de Pío VIl en 1804. Pero sí se recoae la es
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