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Castelfranco y del ingeniero jefe Antonio Hurtado y también la intervención en la corte del Padre Pedro de Fuenterrabía, quie- nes detuvieron la demolición y así evitaron la desaparición del mismo. Pero la voz estaba dada; en la tortuosa época de la revolución volverá varias veces a levantarse, como un fantasma, el problema de la demolición del convento, que nunca fue llevado a efecto. Quizá porque también consiguió el valimiento de los prelados y del clero, con quienes el convento mantuvo excelentes relaciones. AL SERVICIO DEL PUEBLO Es la historia más externa pero no ha sido posible cerce- narla. En todo caso, los religiosos realizaron durante estos siglos un continuo ministerio y un fraterno servicio al pueblo. Ese era fin importante de la fundación sin distinción de tiempos o de clases sociales. Pensamos que la sola fundación del con- vento de extramuros en el lindero norte de la capital del reino fue un hecho social de alguna categoría; no sólo de cara a la pléyade de personas que consagraron en él su vida por la profesión religiosa, sino mirado desde los aledaños de ciudad, desde la capital del reino y desde toda Navarra. Al fundarlo se encendió una llama de vivencia franciscana, un foco de irradia- ción religiosa y una voz para clamar por los pueblos; al mismo tiempo se abrió un hogar espiritual para las almas malheridas. Trataremos de no ser prolijos ni difusos. De tapias afuera, existía una jerarquía de ministerios asumida por los religiosos con plena conciencia. Dentro de la mejor línea de espiritualidad de la orden, se consideraban peregrinos y extranjeros en este mundo y se lanzaban a la evangelización de los fieles, comién- dose los pecados de los pueblos. Fueron instrumento de una evangelización de tono mayor, realizada durante los tiempos fuertes del adviento y de la cuaresma, bien en forma de misio- nes populares, bien en forma de predicación moral de prepara- ción para la Pascua. Se tiene la impresión que durante el siglo XVIl no era abundante dicho ministerio, porque los superiores no lo encomendaban sino a personas muy formadas y de total garantía. Conforme creció la Provincia, aumentaron las parejas de misionistas, gracias a una mejor organización de los estu- dios, a la apertura hacia el ministerio, a la creación de colegios de misioneros y numerosas contingencias externas. A lo largo del siglo XVIII fue preocupación colectiva la creación de cole- gios misioneros, que fueran faros y pilotos en la vivencia de la vida religiosa, con fisonomía de verdaderas casas de reforma, y desde las que saliesen los predicadores. La Provincia las abrió en tiempo ya tardío en Lerín y en Vera de Bidasoa, así respondía oficialmente a las necesidades apostólicas de las dos zonas lingúísticas de la misma. Pero con anterioridad, desde el con- vento de extramuros se vivía esa religiosidad y se resolvía en la medida de lo posible. No se olvide que el mapa de los vasco- parlantes se extendía hasta la línea de Tafalla, aunque no fuese con la intensidad y puridad que en las zonas de la montaña. Y el convento estaba preparado para esta realidad sociológica. Re- leemos el dato citado con anterioridad. En una de las peticiones para marchar con los batallones de voluntarios en la guerra contra la convención (1793-95) no sin intención se hace constar que los religiosos Antonio de Cascante, Félix de Langarica y Fernando de Anchóriz hablaban euskera, a fin de que la diputa- ción pudiese destinarlos a ministerios bilingúes. De momento no hemos encontrado para el antiguo régimen datos sobre el cultivo de dicho idioma ni textos de sermones en el mismo. La is ce sal A a A

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