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al rey ofrecieron bandejas de frutos de la huerta y flores de la misma, reproduciendo en colores las armas de la reina. Luego fueron admitidos por esta, a la que obsequiaron con otro pre- sente semejante, pero con las armas del rey. También tuvieron obsequios para el ministro Alberoni. Se ve que el detalle se recordó en la corte, ya que los frailes repiten el regalo en otras visitas reales: en la visita (1738) de la reina viuda de Carlos !!. Mariana de Neoburg, afectísima a la Orden y que visitó muchas veces el convento; en la boda (1739) de Luisa Isabel de Borbón con el hijo de Felipe V, duques de Parma, y en la visita de Carlos ll en 1761. No es de extrañar que tales obsequios de los religiosos obtuvieran merecida respuesta con las limosnas de la corte y de los nobles. El virrey y el reino tenían otra ocasión de excepción para relacionarse con los capuchinos con motivo de la visita del ministro general de la orden a la ciudad de Pamplona. La corte de Madrid había concedido a dicho ministro general el título de Grande de España, lo que le daba derecho a recibimiento de ordenanza, a protocolo y a no pocas ventajas burocráticas. No obstante la variante legislación sobre el tratamiento a dichos grandes de España, consta cómo salían a recibirle a la Cruz negra, disparaban las salvas de artillería cuando pasaba por la ciudadela, le ofrecían la carroza que los generales nunca acep- taban, ya que cruzaban andando toda la ciudad hasta llegar a extramuros. Hubo ministros generales que sólo aceptaron al- guna deferencia en la misma plazuela del convento. Así por ejemplo el Padre Colindres en 1764; acudió a rendirle honores una compañía del regimiento de Ibernia, siendo obsequiados los oficiales en el refectorio del convento y los soldados en la portería; a éstos se les dio vino, pan y queso y todos «bebieon potentemente». Estas visitas de los superiores generales sirvie- ron siempre para analizar con la diputación el estado de los conventos navarros y el servicio que prestaban 'al pueblo. Abora bien, todo este capítulo puede parecer folklore si no se descubre otro aspecto mucho más visceral en las relaciones del convento de extramuros con la corte, con la diputación y con el ayuntamiento. Este aspecto se refiere a la actitud que los frailes adoptaron en las situaciones socio-políticas sucesivas. Parece que no existió problema especial con los Austrias de siglo XVII. La incorporación a la corona de Castilla era un hecho consumado y lejano y no sometido a revisiones. También parece que los frailes cumplían el precepto de no hablar mal de nin- guna nación ni de sus jefes; «pues como en todas ellas somos alimentados y protegidos, de todas y en especial de sus jefes, debemos hablar con moderación religiosa». Lo que no quitaba para que los religiosos hicieran sus opciones políticas. Así por ejemplo apostaron con decisión por Felipe V, no obstante los vínculos que tenían con la última reina austríaca. El provincial impondría precepto de obediencia sobre no hablar de las per- sonas reales y rogar por el triunfo de Felipe V: «con frecuentes oraciones continuemos en pedir a la divina clemencia conceda a las armas de nuestro rey y señor feliz victoria de todos sus enemigos». Imposible seguir la reacción conventual ante las diversas manifestaciones del despotismo ilustrado. No hemos compulsado abundancia de datos, pero tenemos la impresión de que el convento se mantuvo anclado en el antiguo régimen, sin prestar demasiada atención a la ilustración. De hecho, a final PA,

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