BCCCAP00000000000000000001737

siglo XVII. Se sucedieron las beatificaciones de capuchinos. como Fidel de Sigmaringen, Serafín de Montegranario, José de Leonisa, Crispín de Viterbo y Angel de Acrio, así como las canonizaciones de Sigmaringen y de Leonisa. Un día del nove- nario solía acudir el ayuntamiento en corporación, presidiendo la función religiosa, comiendo en el convento y pasando el resto de la tarde en la huerta, a la vera del río. La «vuelta de capuchinos» adquiría en estas ocasiones un movimiento inusi- tado. Excelentes fueron también las relaciones de los capuchinos de extramuros con el reino de Navarra; matizando más, tanto con el virrey y consejos del reino, como con las cortes y la diputación. Sin la intervención de los mismos no se hubiera conseguido la creación de la custodia (1655) y de la provincia (1679) de capuchinos de Navarra y Cantabria. La acción perso- nal de tan altos organismos fue decisiva en Madrid y en Roma para conseguir esta situación, como lo había sido y lo fue con posterioridad para la fundación de los antiguos conventos na- varros: Tudela, Peralta, Cintruénigo, Los Arcos, Tafalla, Valtie- rra, Lerín, Vera, y los guipuzcoanos de Fuenterrabía y Rentería. El día 8 de julio de 1679 se celebró la creación de la provincia religiosa, con la asistencia de la diputación, que representaba a todo el reino. Los gastos fueron muy cuantiosos y salió por ellos el caballero don Francisco de Ezpeleta, señor de Otazu. El cronista llegará a afirmar de la Diputación que «vino a ser la primera puerta por donde nos vino tanta dicha». Desde luego no es normal que en tan reducido territorio se hubiera abierto tantas fundaciones capuchinas, sin contar algunas que no lle- garon a buen puerto, y se hubieran mantenido enhiestas hasta la exclaustración de 1835. El convento de extramuros tiene que asumir y asume por sí y en nombre de los ocho restantes la parte que le toca en la historia religiosa de Navarra, durante el antiguo régimen, con sus abundantes luces y sombras, difíciles de discernir. Estas relaciones del convento con el reino de Navarra ad- quirieron aspectos muy amplios que no podemos sino proyectar en forma de alusiones. El «Libro de anotaciones» contiene una relación detallada de todos los nombramientos de virreyes, entrada en Pamplona y exequias, caso de fallecer en el cargo; aludiendo siempre a cómo procedió la comunidad. Hubo virre- yes que fueron muy afectos a este convento, por haber cono- cido a los capuchinos en el extranjero, en Italia, en Países Bajos o en el imperio. Imposible no recordar al conde de Gages, el flamenco Juan Buenaventura Dumont, bienquisto en el reino por su excelente gobierno; falleció prematuramente y se hizo amortajar con hábito capuchino y mandó ser enterrado en la iglesia de extramuros, como un fiel cualquiera. Carlos lll no respetó dicha voluntad y mandó al escultor Roberto Michel construir un mausoleo en su memoria, mausoleo que fue trasla- dado a la catedral y que se puede admirar todavía en el claustro de la misma. El «Libro de anotaciones» reseña también con minuciosidad las visitas de reyes o personajes de alcurnia real y la relación que tuvieron con el convento. Así la visita de Felipe V, la entrada de Isabel de Farnesio, que fue recibida por los consejos del reino en el convento de capuchinos. Tenía para ellos francas las puertas del palacio real. En 1719 volvieron a Pamplona Felipe V y la reina Isabel de Farnesio, que no recibieron a las comunida- des religiosas excepto a los capuchinos de extramuros. Subió una crecida representación y cumplieron con todo el protocolo; añosA

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz