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proveniencia, los frailes acudían y agradecían las aportaciones del patronato. Por testamento, debía bajar a inspeccionar el inmueble durante la octava de San Francisco en la primera quincena de octubre; aunque esta visita conoció diversos em- plazamientos. Aprovechando esta visita el guardián del con- vento elevaba al Patronato la lista de necesidades domésticas. Estas listas pecan muchos años de monótonas; pero en general son un buen testigo de la evolución de la comunidad. Se trataba de la conservación del inmueble y sus dependencias, del utillaje de la casa y de las «subsistencias». Este último concepto fue el más controvertido, ya que dependía de muchos factores: abun- dancia o esterilidad de las cosechas, carestía de la vida, numero de religiosos, etc. Por ello se acordó pasar al convento una cantidad anual señalada por el consejo real de Navarra. Se convino en 700 reales anuales, que se entregaban al síndico, para que comprase las «necesarias inexcusables provisiones de vino, aceite, ballena, abadejo y legumbres». El artículo más costoso y más necesario era el pescado, ya que más de la mitad del año se abstenían de carne y comían de vigilia. El gasto de aceite tenía que ser considerable, no sólo como condimento, sino para el alumbrado. Los frailes comían en una escudilla de barro, con cubiertos de boj y bebían el vino de un jarrillo de barro. Sólo en la década de 1920 comenzaron a usar platos, vasos, botellas para el vino y jarras metálicas para el agua. La austeridad de vida se reflejaba en el alimento diario, en el que podía influir el momento socio-cultural de la región. Al mediodía se servía a los religiosos un plato de sopa, otro de legumbres y un principio de carne, pescado o huevos. Por la tarde, un plato de verdura y un principio, no de carne, en los días normales y un sólo plato de verduras y una fruta en los días de ayuno. Se tiene la impresión de que esta austeridad era rota en mil pedazos en ciertos días festivos, en los que, se emparejaba la solemnidad de la misa con la mesa. No hemos encontrado menús de estos días festivos para el siglo XVII. Durante todo el siglo XVIll encontramos varios caballos de batalla: el chocolate y el tabaco, que los superiores trataron de arrancar, pero que se convirtió en problema general de la época; los libros de actas del ayuntamiento de la ciudad están llenos de alusiones a la distribución de tales artículos. Pero dejando a un lado los manjares especiales, no faltan datos para comprobar que los frailes se refocilaban con largueza en la mesa de los días más festivos. Es bien conocido cómo se celebraban las primeras misas en el obispado de Pamplona durante los siglos recientes y cómo tuvieron que intervenir las autoridades para reprimir abu- sos. Se ve que no lo consiguieron del todo, ni siquiera en el último siglo. En abril de 1920 y gracias a la generosidad de los familiares del misacantano se sirvió en el refectorio el menú siguiente: caldo de gallina, paella, guisado, jamón en dulce, merluza, pollo, helado, pasteles, tarta, sidra, rn café y bene- dictine. En el mismo año, el menú del día 18 de mayo, fiesta patronal de los hermanos no clérigos, era el siguiente: aceitu- nas sevillanas, paella, caracoles, setas, merluza, cordero, pastel y natilla, jerez, café y copas. Podían añadirse otras pinceladas pintorescas; aunque es claro que en este ten con ten, entre abstinencia y buen comer, entre «don carnal y doña cuaresma», prevalecía con mucho el consumo de los frutos del campo. Allí estaba la huerta, trabajada siempre por hermanos, ayu- dados en ocasiones por hombres buenos que se acogían a la vida del convento, sin hacerse religiosos y bajo el régimen de lo comido por lo servido. La huerta del patronato no era extensa, E, RN

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