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iglesia. Era tanto como pedir la construcción de otra nueva. El patronato de Amasa resistió bravamente, ya que necesitaría dedicarle mucho dinero que tendría que deducir de otras obras pías de la fundación. No obstante las obras se iniciaron el 25 de septiembre de 1708 y se terminarían el 11 de octubre de 1710. Durante las mismas, la tensión con el patronato arreciaría hasta exigir la intervención del fiscal y del consejo real de Navarra. El pleito fue ruidoso; pero la lev y la justicia dieron en todo momento razón a los religiosos. El 23 de noviembre de 1709 mandaron al patronato que situara 12.445 reales para dicha obra sobre una finca de Petilla de Aragón, sin deducir nada de la cantidad que anualmente dedicaba para ciertos alimentos de los mismos. En vista y revista se pronunció también el consejo contra la ingerencia del colegio de la compañía de Jesús en ciertas rentas del Patronato de Amasa. El 6 de mayo de 1711 recibía el síndico de los capuchinos Juan de Lastiri poder para recibir del patronato los 12.445 reales a costa de todo lo que dicho síndico había puesto de su bolsillo para llevar adelante las obras. Podemos documentar quién las realizaba. Ante todo es necesario mencionar al padre Luis de Tafalla «perito en el arte», que confeccionó los planos de la nueva iglesia. Gracias a él se redactaron los capítulos y condiciones para el nuevo edificio, haciendo constar los más leves detalles del mismo. La obra de albañilería fue realizada por el maestro Juan Antonio San Juan por 325 ducados. Viviría largos meses en .el convento con sus obreros, guisando para ellos un religioso. Además de la iglesia se construyeron varias dependencias: Así las capillas laterales que han perdurado hasta 1978, en que fueron cedidas gracio- samente para ensanchar la avenida de Villava; el claustro de la portería, adosado a la pared de la iglesia, lo que hizo variar todo el entorno de la planta primitiva; así mismo varias oficinas detrás del ábside de la iglesia y encima de la sacristía; también otras dependencias menores, como calentador con chimenea y un «soleador» o solana cubierta; las «necesarias» o servicios, que nunca fueron cómodos debido a su estrechez y rusticidad. pe todo queda constancia en los protocolos de Juan Martín de yerra. DiD 1 Sería inútil seguir la historia de las transformaciones del edificio primitivo; cómo fueron apareciendo la enfermería, la hospedería, la biblioteca, así como otras dependencias para almacenes, lavaderos y establos. En cambio hay que dedicar atención a un edificio peculiar, la pelalría o pequeña fábrica textil para la tela de hábito. Fue una necesidad de primera hora, ya que tal clase de tela no se encontraba en el mercado. No sabemos con exactitud cuándo fue construido el inmueble, pero sí la ubicación. Era edificio distinto del convento, algo separado del mismo, sobre el jardín y glorieta de la actual enfermería. Iba unida al convento con un pequeño pasadizo cubierto. En dicha pelairía vivia una verdadera familia. Un religioso gerente de la misma, un hermano experto responsable de la confección y un grupo de muchachos que vivían en ella, aprendiendo el oficio, recibiendo clases y llevando una vida muy metodizada. En la pelairía se realizarían todas las operaciones propias de su espe- cialidad: lavado de la lana, cardado de la misma, tejido, tinte y terminación de las piezas. El lavado de la lana podía resultar sencillo por la proximidad del Arga; pero surgieron dificultades sociales por la polución del río; los religiosos tuvieron que atenerse a las normas impuestas por el ayuntamiento. Por des- gracia no se ha conservado la maquinaria empleada para las distintas operaciones de la fabricación; la exclaustración del

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