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LAS FERRERIAS Aize-olak, jentil-olak, que quiere decir ferrerías de vien- to, ferrerías de los gentiles; son términos que con frecuen- cia aparecen mezclados en las leyendas populares de nues- tro pueblo. El significado es claro: los jentillak o primitivos vasco- nes eran paganos y trabajaban el hierro en sus montes, aprovechando el hueco de un árbol o sirviéndose de un pequeño horno construido de piedras y arcilla; el soplado se hacía mediante pequeños fuelles de madera y piel o simplemente de pieles enteras de animales, de cabra por ejemplo, accionados a mano. Mezclado el mineral con carbón vegetal, poco a poco se iban reduciendo a metal libre los conocidos óxidos de hierro. Olvidemos el sistema actual, donde se puede ver direc- tamente un chorro líquido, de maravilloso brillo blanco-na- ranja, saliendo de los altos hornos o de los hornos de fun- dición. Entonces no se podía llegar a la fusión del metal; la temperatura conseguida con el carbón vegetal y la co- rriente de aire no eran suficientes para fundir el hierro; reducían el óxido y fundían la escoria añadiendo convenien- temente ciertas sustancias que enseñó la práctica. Estas simples y primitivas ferrerías abundaron en las montañas de Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra y Alava. El ferrón necesitaba carbón de madera y mineral de hierro; la peque- ña industria se instalaba en las proximidades de cualquier pequeña mina de hierro y más frecuentemente en las entra- ñas de un bosque apto para disponer de grandes cantidades de carbón. Su duración era efímera; al faltar cualquiera de los materiales indicados, el equipo emigraba a otro rincón de nuestra montaña, más apto para sus intereses industria- les. Era una «industria» típicamente familiar, y parece que se ponía en marcha sólo cuando alguien necesitaba hierro y lo solicitaba, muchas veces los nobles y reyes. A mediados del siglo XV las ferrerías bajan del monte a las orillas de los ríos y aparece un aspecto nuevo en la industria ferrona: la rueda hidráulica. Vivimos hoy inmersos en un mundo energéticamente de- pendiente del petróleo y de la electricidad. El siglo pasado, el de nuestros bisabuelos, fue el de la máquina de vapor, y los anteriores, a partir del siglo XV, fueron los hidráuli- cos, los siglos de la rueda hidráulica. La rueda hidráulica fue el motor de toda la actividad industrial de aquellos tiempos, el complemento del esfuerzo humano o animal hasta entonces utilizado. Existe un pequeño tratado sobre el tema del montaje y funcionamiento de nuestras ferrerías, salido de la pluma de un ingeniero francés que acompañó a Napoleón en sus cam- pañas europeas; está editado en Turín en 1808 en lengua francesa. Su título, traducido a nuestro idioma dice así: «Tratado de las forjas catalanas o arte de extraer el hierro de sus minerales por procedimiento directo». Es un manual y a su vez recopilación de datos sobre una infinidad de zo- nas de Italia, sur de Francia y norte de España, donde en- contró él establecimientos dedicados a la extracción del hierro, Respecto a las ruedas hidráulicas, motor y base del funcionamiento de toda la fábrica, describe la técnica de su construcción de la manera siguiente: La rueda de las forjas catalanas se compone principal- mente de seis piezas; dos rectas y cuatro curvas; las dos rectas, perpendiculares entre sí, encajan y se ensamblan de modo que sus planos se confundan. Las cuatro piezas

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