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En la rebusca de material para este esbozo de «ferre- rías», topé con un pequeño y enjundioso papel en el ayun- tamiento de Baztán (Archivo). Dice así: «Ilustrísimos seño- res. Juan Matías de Serorena, Rejidor actual de este lugar, dice: le ha encargado un hombre natural de este valle, pida a wvmds. si le dan permiso, solo a él, y no a otros, para que pueda recoger todas las yescas de todos los Montes de es- te valle, y se obliga a pagar todos los años veinte pesos: por lo que suplica esta gracia, el favor que espera de vmds. Firmado: Juan Matías de Serorena. Lecároz, 25 de mayo de 1779». Y se acompaña la nota de. concesión en los términos acostumbrados. Estamos claramente ante un pretendido monopolio o ex- clusivismo de una materia prima que entonces tenía su ¡im- portancia: la yesca. Tras este paréntesis, volvamos a nuestros apesadumbra- dos ferrones. El lunes 7 de julio de 1930, publicaba el «Diario de Na- varra» (páginas 18-21) una preciosa nota de Eladio Esparza sobre las ferrerías navarras. Presenta el señor Esparza a los ferrones del Bidasoa reunidos en asamblea en Sumbilla el 27 de noviembre de 1843, para quejarse de la decisión aran- celaria que les ponía en situación agobiante, permitiendo la introducción de hierro colado y «finometal» en la nación, principalmente por el puerto de Bilbao. De la asamblea salió una disposición razonadísima y há- bil, dirigida al gobierno de la nación, que iba a presentar personalmente don Joaquín Fagoaga. El estilo es trágico y efectista, claro reflejo de la situación en que se encontra- ban aquellos industriales: situación de ruina. Las ferrerías habían sido las industrias características de una época y los señores firmantes eran los últimos representantes de unos hombres llegados a la prócer categoría de «grandes industriales del país». LAS FERRERIAS NAVARRAS Según Eladio Esparza (art. cit.), el año 1802 circuló por los pueblos de Navarra un interrogatorio sobre fábricas. «He tenido ocasión de verlo, dice el citado autor, en un archivo municipal con las respuestas, y por ellas se deduce que en los pueblos no había memoria ni noticia del establecimien- to de las ferrerías. Tampoco saben si su implantación fue debida a nacionales o extranjeros». Fenómeno general en casi todos los rincones de la geografía nacional. «Tenía el Rey de Navarra en 1388 veinte y ocho ferre- rías propias, las cuales le producían 700 florines al año», nos dice Yangúas y Miranda en su «Diccionario de Antigúe- dades»; y Otazu, en su «Los Banderizos del Bidasoa (1350- 1582)», en «Boletín de la Real Academia de la Historia», (172-405-507), nos recalca que en aquellos primeros tiempos de la vida industrial de Navarra la mayor parte de las pe- queñas ferrerías (de viento) pertenecían a la corona, Hay otro dato suelto procedente de los Libros de Comp- tos Reales del A, G. N. (275, fol 127 y 276 fol 13, año 1403) «baztán: De la ferrería clamada arragoz (aarugoz (?) Arra- yoz (?)) que es la tierra de baztán la quoal tiene Martín Pe- ci in
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