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No terminaba aquí la acción humana y social de las fe- rrerías y ferrones, Una ferrería suponía un trasiego enorme de materiales (minerales, carbón, metales, alimentos) y el transporte de entonces era a lomo de acémilas o en carretas de bueyes; [en ocasiones en gabarras, si el río era nave- gable; se dice que el Bidasoa era navegable solamente hasta Endarlaza). Si a esto se añade la obtención del mineral y la preparación del carbón, con el previo corte de leña, la obra de mano que rodeaba a una ferrería de las últimas que funcionaron por nuestra tierra era sencillamente enorme; todo un pueblo giraba en torno de la forja, aunque en gene- ral sin depender directamente de la misma. La ferrería pa- gaba al arriero en el acto y éste se las arreglaba con el equipo de carboneros y mineros. Por esto, al menos en Na- varra, casi todas las ferrerías pertenecían a los ayunta- mientos o valles respectivos; se sometían a subasta cada cuatro años; y el ferrón que la tomaba en arriendo solía tener ciertas obligaciones con el pueblo, para darles trabajo, y de explotar en forma racional los diversos bosques co- munales. Todos estos aspectos sociales del entorno de una ferre- ría quedan manifiestos en un manuscrito que he podido releer con agrado, «Pleito dado por la Villa de Yanci a Martín Belarra, sobre el incendio de la Herrería de Be- rrizaun». Y no toco el aspecto industrial ni el humano del carbo- neo; sólo quiero indicar que he creído poder explicar la exis- tencia en nuestros bosques de tanto jaro o árbol nacido de los retoños de otros jaros anteriores; aseguran (Madoz, en la palabra Leiza) que los jaros se pueden cortar cada diez años, obteniéndose un carbón muy bueno, y, en cambio, si se les deja crecer hasta hacerse árboles bravos, aunque el carbón sea muy bueno, una vez derribados, no vuelven a retoñar. ¿No estará aquí la explicación de tantas zonas de bosque de tipo jaral, sin desarrollo, presente hoy en las laderas próximas a las antiguas ferrerías? Finalmente, quiero subrayar un aspecto humano que na- ce de las ferrerías mismas y termina en el arte, y no precisa- mente en los maravillosos herrajes de muchas de nuestras casonas, iglesias, ermitas y catedrales, sino en la música. Al hablar de las ruedas hidráulicas, cité la obra FLORES MUSICAE, Estrasburgo, 1488, preciosa xilografía donde los ferrones se asocian al arte de la música en la intención del autor del grabado, y, acompañados por el fondo suave y constante del correr del agua, cantan al compás de sus mar- tillos, melodías bien definidas, aunque sin letra. El padre Donostia recogió algunas de éstas y por genti- leza del «Archivo Padre Donostia» puedo presentar una de ellas, añadiendo a estas líneas algo de ternura y alegría mu- sical. Se trata de una melodía publicada en el «Cancionero Vasco», n.” 325; se recogió en Olaeta (Alava) en noviembre de 1917; se cantaba en la ferrería del pueblo al relevo de las 12 de la noche. En estos últimos años, en la música impresa de la casa Columbia ha aparecido el título «Antología de Instrumentos Vascos», CPS 9133, y en su cara segunda se publica una Tocata popular ejecutada con «tobera»; la tobera, muy simi- lar a la «txalaparta», pero en hierro, puede tener su origen perfectamente en los ferrones y ferrerías. io YH cs
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