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a modo de polainas, para que no les quemasen los trozitos de material y las chispas que saltaban sobre los pies, al rojo vivo. Se vestían con un sayón hasta los pies a modo de saco y con él andaban en el trabajo, obrera, Tenían en las ferrerías dos artesas o bocas, una para enfriar las tenazas y la otra para limpiarse las manos y re- bajar y amenguar la incandescencia del hierro, limpiándolo a la vez; al lavarse las manos y la cara con el agua de esta artesa, la piel de la cara quedaba muy fina. El mallu emaille tenía ny rey de llamar al maestro y, antes de hacerlo, había de limpiar bien el lugar del trabajo. Al llamar al maestro, elaiii emaille le indicaba si hacía buen tiempo, para ver cómo había de calzar y vestir, si llo- vía, si hacía viento, etc... Había un sereno que guardaba la ferrería y avisaba al mallu para que éste a su vez cum- pliese con su cometido. Al hacer el contrato, el maestro preguntaba al mallu emaille, en forma de declaración jurada, si tenía deudas; si las tenía las pagaba el maixu, para que el peón se las re- sarciera con horas extra de trabajo. Y a propósito del misterio con que se miraba al oficio de ferrón, el amigo Mariano me ha proporcionado también esta anécdota recogida en Ochandiano. En cierta ocasión, un sacerdote de Villarreal de Alava hi- zo una gira por la parte de Vizcaya para ver cómo era la vida de aquellos pueblos. Vio cómo se trabajaba aquí el hierro; ninguno de nosotros ha visto, dicen los interlocuto- res, hacer el caldo de hierro (?). La fuerza, la energía prove- nía del agua; las máquinas trabajaban con la fuerza del agua. El cura de Villarreal los vio trabajar vestidos de saco, medio desnudos y ennegrecidos. Al volver el sacerdote a su pueblo, comenzó a contar sus andanzas el primer domingo y, entre otras cosas, dijo lo siguiente: «Acabo de hacer una gira por Vizcaya y he vis- to cosas maravillosas, dignas de contarse: un hombre, pa- recido a un demonio, y, a su alrededor, otros hombres, unos empujando, otros tirando, dinpilin deunba, dinpilin deunba (para expresar los sonidos de los golpes del martillo o má- quina sobre el yunque). A una de esas máquinas llevaron el hierro candente debajo de una cosa parecida a la cabeza de la yegua de nuestra vecina María, y allí dinpilin deunba, din- pilin deunba, a golpes, empujando unos y tirando otros (mol- pi el material) a semejanza de demonios semidesnu- OS». Pero no siempre fue el ferrón el cicatero y brujo que atemorizaba a las gentes. En otras partes aparece como pro- tector y defensor del pueblo, venciendo con sus tretas a gentiles fanfarrones que con sus hercúleas fuerzas tenían atemorizadas a las gentes. De mago y hechicero, pasa a ser admirado, y el mejor condimentador del puchero que por las tierras montañesas se podía encontrar; conocido es de todos el párrafo de Moguel donde se describe la ilusión con que los mismos magnates y caciques de los pueblos se aproximaban a las cocinas de los ferrones para mojar siquiera un pedazo de pan en aquellas salsas tan apetitosas. De la ferrería de Yanci, llamada Berrizáun, me han con- tado cómo en una ocasión se declararon en huelga de ham- bre y de brazos caídos los operarios de la forja, porque to- dos los días a la hora de comer les servían salmón (no se olvide que esta ferrería está situada en la orilla misma del Bidasoa). a
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